El fenómeno Gran Hermano sigue captando altos niveles de audiencia, y dispara el debate sobre la sociedad en su conjunto, conjunto del que todos formamos parte. Una mirada sobre ellos que están dentro de la casa, y nosotros, que estamos fuera.
Por Mara Fernández Brozzi
Gran Hermano se ha multiplicado por todo el mundo. Se estrenó en Holanda en el año 1999, y así se ha consagrado no como un programa televisivo, sino como un nuevo género: los Reality shows. De esta manera, y con el transcurso de los años, desde su nacimiento, Gran Hermano ha pasado de ser un invento audiovisual muy rentable a consagrarse como el fenómeno televisivo internacional más importante de la historia de la televisión. Existen hoy en día más de 40 versiones del genuino Big Brother por todo el mundo.
Surgieron facetas novedosas, en Alemania por ejemplo, se cambió el estatuto del juego y en su edición de 2004 se alargó la duración del concurso por un año completo; se llama “Gran Hermano, El Pueblo”, y el set incluía entre muchas otras cosas, una iglesia, una plaza y un bar. Otra variedad dentro del juego se dio en Australia, donde se introdujeron dentro de la casa a dos gemelos que se hicieron pasar por una única persona.
Los programas globalizados como éste, no son una novedad, podemos recorrer cantidad de ejemplos, pero lo que llama más poderosamente la atención es el formato, ya que puede ser considerado una novedad híbrida: donde allí se mezcla programa de concursos, confesionarios, telenovela y periodismo.
Desde muchos ámbitos se ha dicho que Gran Hermano, o programas similares, estimulan el voyeurismo, potenciándose la discusión sobre espacio público y privado, ya que los participantes se quedan encerrados en una casa durante meses.
Pero más allá de los debates y las connotaciones negativas que pueda recaerle a este juego tan especial, lo cierto es que batió récords de audiencia en todos los países donde se ha instalado; mientras investigadores y expertos lo denuncian como “telebasura”, aumentando así la diferencia entre lo que es considerado bueno para el público y la mirada de las audiencias.
Sostener que estimula el voyeurismo, desde un lugar perjudicial y perverso, es simplemente desconocer o no “mirar” bien todos los costados posibles, con este criterio todas las prácticas que nos llevan a consumir productos televisivos nos convierte, automáticamente, en voyeur, miramos por una pantalla lo que otros hacen: sea en una telenovela, un noticiero, un partido de fútbol, etc.
Para ponernos estrictos en las definiciones digamos entonces que el Voyeur es un término francés que se utiliza para definir a un individuo que obtiene placer sexual observando, sin ser visto, a personas desnudas o que se están desnudando o que están manteniendo relaciones sexuales, es ésta su característica esencial.
Teniendo en cuenta esta definición, no es difícil encontrar situaciones por fuera de Gran Hermano, donde nos convertimos en voyeur de algún otro/otros. El que esté libre de voyeur que arroje entonces la primera piedra.
El espacio privado está al alcance de todos en la televisión abierta, así son las reglas del juego, y no está circunscripto sólo a los reality. Si bien es cierto que la década del noventa se caracterizó por la popularización de este tipo de formatos, está la experiencia de gente común que vende su privacidad por módicos precios, como la Casa de Cristal en Chile, a principios de 2000; desde hace tiempo existen sitios en Internet donde chicos y chicas se graban las 24 horas. No es algo nuevo, sólo es cuestión de hacer memoria y seguir mirando con más de un foco a la vez.
La discusión sobre lo culto, lo popular y lo masivo, nos lleva a sentenciar, desde el prejuicio, lo que se debe mirar y lo que no, los sectores más “intelectualoides” de la Sociedad Argentina consideran políticamente incorrecto el consumo de este tipo de productos. Como diría Martín Barbero, especialista en temas de comunicación y medios, quien apela a una concepción amplia de la cultura, para así poder comprender a la audiencia como productora de significados y no como una masa indefensa y homogénea.
Miremos ese espejo, todos, en alguna medida, estamos reflejados.