Lucha contra la inflación pero sin subir las tasas, baja del gasto y dólar estable y alto, son algunas de las directrices que insinúan su pensamiento y trayectoria.
En la city porteña causó cierta sorpresa la designación del nuevo Ministro de Economía, ya que a pesar de sonar su nombre entre los posibles candidatos su juventud y su pasado al lado de Prat Gay le restaban posibilidades. Es por eso que había nombres que aparecían con más probabilidades como Alberto Abad y Martín Redrado.
De cualquier manera su nombramiento fue bien recibido por empresarios y banqueros que ven en este joven una posibilidad para que el Palacio de Hacienda atempere su dependencia de Néstor Kirchner y otorgue a la conducción económica mayor racionalidad.
Durante las gestiones de Miceli y Peirano quedó muy en claro que todas las decisiones importantes en materia económica se tomaban en la Casa Rosada casi sin participación de los ministros y sobre todo sin tener en cuenta los necesarios análisis de los técnicos del Palacio de Hacienda. Improvisación que se vio por ejemplo en el manejo del mercado de la carne o los fracasados planes para bajar los alquileres, por no mencionar la siempre candente intervención al Indec.
Lousteau sea posiblemente el primer ministro de Economía que llega al poder sin haber estudiado en una universidad pública. Formado en San Andrés y con estudios de postgrado en la London School of Economics, una de las universidades de economía más antiguas del mundo, se puede entender cual es su pensamiento teórico y más conociendo su pasado y declaraciones.
Sería un error emparentarlo con la escuela de Chicago que tuvo en el país exponentes de su pensamiento como el ex ministro Roque Fernández. Esta tradición económica se la identifica con ideas monetaristas y una raíz liberal y pro-mercado que impone la reducción del Estado a sus funciones más básicas.
Con matices, este pensamiento –expresado en el recetario liberal denominado Consenso de Washington- fue el que reino en los 90 y entró en crisis con la debacle Argentina y el debilitamiento del FMI a nivel mundial. En cambio la nueva Escuela Europea o mal llamada Neo-Keynesiana postula un Estado más presente pero sin llegar al estado protector que rigió principalmente en Europa en mediados del siglo pasado. Podríamos resumirlo, a costa de sintetizar y eliminar matices, como una mezcla de los modelos que rigieron el siglo XX.
Lousteau se aproxima a ese pensamiento, al que también pertenece Alfonso Prat Gay o el premio Nobel Joshep Stiglitz por citar algunos nombres conocidos. Postula esta corriente de ideas cierta intervención del Estado para fomentar el crecimiento y redistribuir la riqueza, pero sin ahogar a las empresas privadas y tampoco tener costosas y gigantes empresas estatales.
Sostienen, por ejemplo, que es mejor fomentar los créditos para que los privados inviertan eficientemente que tener empresa pública que lo haga de manera ineficiente. El Estado debería acompañar el crecimiento pero no ser el único o principal motor. En su gestión al frente del Banco Provincia, Lousteau se ajustó en algún punto a estas ideas, fomentando el crédito y convirtiendo al Bapro en uno de los mayores prestamistas a Pymes y personas.
LOS DESAFÍOS
Sus propias declaraciones –en las que deslizó que la inflación real sería del 15 por ciento, muy por encima del 8 por ciento oficial-, llevan a pensar que con la salida de Peirano la polémica con Guillermo Moreno por la credibilidad de los índices del Indec, dista de haber finalizado.
Se puede inferir que Lousteau intentará devolver cierta credibilidad al Indec, y el mercado puede estar leyendo algo de esto ya que apenas realizado el anuncio de su nombramiento, los bonos denominados en pesos subieron más que sus pares en dólares. De todas maneras, se descarta que le espera una ardua batalla política y las correciones en las estadísticas oficiales, si finalmente se concretan llevarán su tiempo.
Pero al igual que su antiguo jefe (Prat Gay), a Lousteau le preocupa más la inflación real que las estadísticas del Indec, ya que considera a este fenómeno económico como el peor de los impuestos porque recae mayoritariamente en los pobres. Si mantiene cierta coherencia con sus ideas, la lucha contra la inflación debería ser una de las prioridades de su gestión.
En ese sentido y siguiendo las ideas que dominan su formación, no sería razonable esperar que vaya a usar las recetas clásicas para combatir la inflación, como es subir la tasa de interés drásticamente y apreciar la moneda. Esto obviamente afectaría la capacidad de inversión de las empresas y el acceso de los individuos al crédito, consecuencias que difícilmente busque Lousteau.
En relación al tipo de cambio, este seguramente se mantendrá estable con una leve tendencia a la suba, siempre con la idea de favorecer la competitividad de la producción local. Difícilmente veamos en este sentido algún cambio significativo.
Lo que si podemos estar seguro es que intentará equilibrar las cuentas públicas, después de un año donde el gasto subió más de un 50 por ciento y seguramente busque alcanzar nuevamente un superávit fiscal genuino por encima del 3 por ciento.