El funcionario que decretó el fin del 1 a 1 explicó en una entrevista con Infobae, tras publicar su nuevo libro “115 días para desarmar la bomba”, cómo se puede frenar la alta inflación y por qué un acuerdo político es tan relevante como un buen plan económico.
Jorge Remes Lenicov, ex ministro de Economía en 2002, afirmó que adoptar un régimen de dolarización no solucionaría los agudos problemas que tiene economía argentina.
En una entrevista con el medio Infobae después de publicar su libro “115 días para desarmar la bomba”, el primer titular del Palacio de Hacienda tras la salida de la convertibilidad indicó que “es probable que haya una etapa de igual o mayor inflación” por el atraso en precios como el dólar y las tarifas.
Remes Lenicov, quien previamente había sido ministro de Economía bonaerense, tuvo a su cargo el ministerio en el inicio de Eduardo Duhalde entre enero y abril del 2002, hasta ser reemplazado por Roberto Lavagna. En este libro, publicado por Ariel (del Grupo Planeta) resume aquella traumática experiencia de la crisis sufrida luego de 10 años de estabilidad. También, intenta transmitir algunas sugerencias sobre la vital importancia de los acuerdos políticos para implementar en forma exitosa un programa de estabilización como el que, una vez más, ahora requiere el país.
—¿Por qué demoró más de dos décadas en publicar este libro desde que dejó la gestión?
—En 2012 publiqué un libro más académico sobre el tema pero me plantearon la necesidad de escribirlo de forma tal que llegue a todo el mundo, en un lenguaje accesible. Y, hace dos años, hice un trabajo sobre el desencuentro entre la política y la economía y lo que pasó en estos últimos 20 años. De allí salió este libro que cuenta cómo enfocamos la resolución de la crisis del 2001 y también un listado con algunas ideas sobre los principales problemas que tiene la economía argentina desde entonces.
—¿Esta distancia temporal le permite analizar el 2002 de otra manera? ¿Qué hubiera hecho diferente?
—Yo sigo estando, junto con el equipo que formamos, conformes con lo que hicimos porque la situación era terriblemente complicada y había que tomar todas las medidas a la vez. Nosotros ya teníamos un programa elaborado, porque lo habíamos preparado para la campaña de 1999 para salir de la convertibilidad y renegociar la deuda, pero perdimos las elecciones. De todos modos, nos seguimos viendo todo el equipo todos los jueves de 18 a 20 y entonces, cuando nos tocó la gestión en enero del 2002, en 60 días, devaluamos, pesificamos ordenamos el déficit fiscal y la situación monetaria y tuvo que rearmarse el corralito y ponerse los derechos de exportación. Eso era lo que podíamos hacer, porque el acuerdo entre Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín era para salir de la convertibilidad, no para tomar otras medidas con las cuales yo podía estar de acuerdo, pero no era el momento para hacer reformas estructurales. Hay que hacerlas una vez que la macroeconomía está más o menos ordenada. De modo tal que no había otra opción.
Dolarizar o no dolarizar
—Pero había fuertes debates, dentro del gobierno…
—Igual que ahora, en aquella oportunidad también había dos extremos: unos que decían que había que dolarizar y otros que decían que había que emitir para aumentar los salarios y que no importaba el déficit fiscal; también, que había que romper con los organismos internacionales y controlar precios y todo eso hubiera llevado una hecatombe. Porque salir de la convertibilidad devaluando implica que uno tiene que tomar medidas para que la inflación no se descontrole y de hecho no ocurrió, porque si bien en abril del 2002 tuvimos una inflación elevada, luego en el último trimestre fue solo del 3% anual y cuando asume Néstor Kirchner el país crecía al 8%. De modo que los resultados fueron buenos, más allá de los costos que hubo que pagar, porque las crisis siempre tienen costos; sinceramente creo que hicimos lo que teníamos que hacer y el resultado en términos generales fue positivo.
—¿Y rechaza la dolarización como solución, por los mismos motivos que la rechazaba en aquel entonces?
—Pienso más o menos lo mismo, porque un país que necesita desarrollarse tiene que tener el comando de la mayor cantidad de instrumentos de política posible y si uno dolariza y pierde la política monetaria y la política cambiaria queda a expensas de cómo funciona el dólar, que a su vez depende de la productividad de Estados Unidos y de las decisiones geopolíticas que toma Estados Unidos. Por otra parte, para hacerlo se necesitaría financiamiento de 40 a 50 mil millones de dólares, algo que no existe. Además, al dolarizar no resuelve los problemas de la economía; ni el déficit fiscal ni la situación real por la cual atraviesan ni las familias ni las empresas. En un punto ese planteo de dolarizar me molesta un poco porque se cree que muchos a problemas complejos los resuelven con una medida y eso pareciera ser que es mágico. Pero en la economía no hay magia: a los temas complejos le caben propuestas que son complejas.
—Entre marzo y abril del 2002 parecía que la economía podía derivar en una hiperinflación, que se evitó. ¿Cómo fue y qué puede aprenderse de esa experiencia para evitarla en el futuro, sobre todo porque en ese momento había una inflación del 40% y ahora supera el 100%?
—Cada crisis tiene sus particularidades. Nosotros teníamos problemas que ahora no existen y ahora hay problemas que antes no estaban. Nosotros dejamos libre el tipo de cambio porque no teníamos reservas para sostenerlo y por presiones inclusive de la Corte Suprema de Justicia que abrió el corralito tuvimos un fuerte aumento del tipo de cambio que llegó $3,50 y $3,70, pero después empezó a bajar y por cuatro o cinco años en términos reales descendió. Lo primero que hicimos fue congelar el gasto público, la emisión monetaria, las tarifas –porque las empresas tenían margen ya que habían estado dolarizadas- y los salarios en acuerdo con la CGT porque le dijimos: hay que cuidar el empleo, no pidan ahora aumentos salariales para evitar otro Rodrigazo. Si en una situación así uno devalúa y aumenta salarios o aumenta tarifas, todo se puede se puede disparar.
Acuerdos políticos
—¿Y qué diferencias ve con el presente?
—La ventaja respecto del presente es que la economía no estaba indexada, entonces la idea era ajustar precios por la inflación futura, no la pasada, un elemento clave para un programa de estabilización y algo que en su momento hicieron Israel, Brasil y Chile en términos de acuerdo político. Y eso se hace entre fuerzas diferentes, por supuesto: en Israel entre el Likud y el laborismo y en España los franquistas dictatoriales y el PC, que se habían enfrentado con muchos muertes en la guerra civil. Es necesario tener un acuerdo de mediano largo plazo y dejar de predicar hacia los extremos del espectro político, tendiendo hacia un espacio más de centro, porque así lo hicieron los países que abatieron la inflación. De hecho, salvando la situación durante la pandemia por el Covid en la que hubo que realizar una gran emisión monetaria, el problema inflacionario está concentrado en una decena de países y, en particular, en América Latina sacando Venezuela y nosotros, todo el resto se maneja con estabilidad de precios. Esto significa que los instrumentos técnicos están y se conocen, pero falta el apoyo político y por eso en la última parte del libro habló de la política y los problemas de la política. Si no se ordena la política es complicado hacer un plan económico.
—Justamente, usted menciona en el libro que ese paquete se pudo llevar adelante por el acuerdo entre Duhalde y Alfonsín, con el apoyo de sus respectivos partidos políticos. Ahora da la sensación que no existe ni ese tipo de liderazgo que aglutine al resto ni partidos que puedan generar ese consenso. ¿Es así?
—Sí. Si tuviera que elegir la diferencia entre el 2002 y ahora es ese punto: si no hubiera habido un acuerdo entre Duhalde y Alfonsín no se hubiera podido salir ordenadamente de la convertibilidad, porque ese acuerdo permitió tener mayorías en el Congreso. En eso ayudó también el trabajo en el Congreso entre los diputados del peronismo y los radicales como Jesús Rodríguez y Raúl Baglini. Nos conocíamos, nos teníamos confianza y eso permitió tener charlas y discusiones constructivas. Y, si había algún detalle por resolver de último momento, lo arreglábamos por teléfono porque la palabra de uno y de otro valían. Cuando uno está en democracia no se puede llevar todo, hay que convencer, hay que charlar, hay que resignar algunas cosas. Por mis manos, entre provincia y Nación, han pasado 15 presupuestos y nunca salieron como entraron. Me pasó a nivel bonaerense con los municipios y también a nivel nacional entre el Gobierno y las provincias y entre los diferentes ministerios. Por eso hay tener una actitud abierta y cuando uno está al frente de la economía siempre debe tener en cuenta la cuestión estratégica y luego negociar ciertas cuestiones. Creo que en eso había acuerdo en peronismo y el radicalismo, que eran partidos que, con sus defectos, funcionaban con una estructura y liderazgos que iban más allá de los personajes.
—¿Y ahora?
—Ambos partidos en su estructura se han debilitado mucho y han aparecido dos nuevas fuerzas; una por la oposición que encarnada por Mauricio Macri y Cambiemos y la otra por el kirchnerismo que ha cooptado lo que quedaba del peronismo. Pero si uno hoy quisiera hablar con cualquiera de los dos grupos, no queda claro quién tiene el poder suficiente para aglutinar al resto. Los partidos políticos tal como deberían ser y como los hemos conocido en alguna época perdieron la capacidad de discusión interna. Nosotros en la campaña para la gobernación de Antonio Cafiero contra Juan Manuel Casella de 1987 desde 1985 empezamos a armar la plataforma; tuvimos discusiones enormes hasta que más o menos se iba armando un programa. Pero ahora, si uno quiere saber qué piensa cada uno, no está claro; si te metés en internet, vas a encontrar objetivos, pero no los instrumentos de cómo vas a hacer las cosas. Todos van a decir que hay que crecer, exportar valor agregado, bajar la pobreza y contener los precios, pero nadie va a explicar cómo hacerlo. Y, por definición, un programa económico tiene que tener objetivos, mostrar las restricciones y plantear los instrumentos. Eso ahora no se ve, porque no hay forma con esta inflación de recuperar ingresos de la familia y tampoco incentivar inversiones de parte de las empresas.