Muchos políticos festejan el 17 de octubre, como una fecha clave para el país. Sin embargo, no son tantos los que tienen una idea clara sobre lo que sucedió en aquellas jornadas. Lo que sigue es un breve relato, con detalles no muy trascendidos.
El 17 de octubre de 1945 cambió la realidad nacional, y comprenderlo puede ayudar a tener más claro mucho de lo que siguió. No nació de la nada. La historia que lo alumbró tuvo organizadores, huelgas y conflictos; sin embargo, muchos se conformaron con un “repentino” ascenso del coronel Perón al poder, casi mágico, sin más detalles que el terremoto de San Juan, la aparición de Evita y su carisma. ¿Cómo ganó, si no tenía partido propio? ¿Cómo juntó los votos de los trabajadores de todas las provincias? Cómo es fácil notar, muchas historias sobre la etapa inicial peronista dejan en el misterio casi todo lo interesante que ocurrió entre 1942 y 1946.
La huelga general de octubre, con que “el pueblo liberó a Perón”, requirió una organización urgente y extraordinaria, de los sindicatos autónomos encabezados por el gremio de la carne, que solo en Berisso contaba con miles movilizados, sin más incentivo que el entusiasmo. En esa “Babel” proletaria -con su gente de los “pulpos” de la carne Armour y Swift, y su comunidad de “polacos” (1) y criollos- se amasó el movimiento de 1945.
Ese bastión operaba -a través de un comité de enlace- con los frigoríficos del sur de la capital, con la FOTIA tucumana (2), los trabajadores de la carne de Brasil y Uruguay (3), y los gremios nacionales activos –surgidos como alternativa al gremio de figurones de su rubro- y sus delegados: la madera (Manuel Fossa), el vidrio (Vicente Garófalo), los portuarios (José Schizzi), los petroleros (Manuel Bianchi), el calzado, los astilleros, etc.
Para ellos, habían sido días agitados y violentos, con un avance liquidador de “la reacción” bradenista –que ansiaba destruir las conquistas logradas por los gremios- y con el espectáculo de los sindicalistas más “apoltronados” negociando abiertamente con los gestores del golpe contra Perón.
“Por aquellos días la lucha se hacía extrema y a veces amenazaba estallar en una crisis de tal magnitud que podía llevar a las fuerzas en pugna a la lucha generalizada”, contaría Cipriano Reyes, caudillo de los frigoríficos. El historiador Félix Luna agregaría: “Nunca el país estuvo tan cerca de una guerra civil”. Focos gremiales como Berisso y Tucumán estaban resueltos a ganar la calle más allá de lo que hiciera la “central obrera”.
Las caras más visibles parecían en fuga. Perón y Mercante aceptaron la caída de su gobierno. El presidente Farrel no podía impedir los cambios. La CGT apostaba a su supervivencia, y los ferroviarios - el gremio más numeroso del país - no reaccionaron.
Sesenta dirigentes (de línea directa con Perón), se reunieron en Quilmes el 9 de octubre y casi todos daban por hecho el golpe del General Ávalos, gestado bajo el ala imperial del embajador Spruille Braden, de la banca y de los campeones del fraude criollo, indicando que Perón perdía el juego.
“No debemos olvidar – decía el ferroviario Juan José Perazzolo – que fue el mismo coronel Perón quien nos dijo que la consigna era del trabajo a casa y que debíamos evitar por todos los medios la provocación de incidentes”.
LA VÍSPERA
El 9 de octubre, el coronel “había sido depuesto” (4). Los dirigentes Luis Gay y Ramón Tejada (5) visitaron a un Perón de capa caída. Se acordó una despedida en público. A Cipriano Reyes y Ricardo Giovanelli, el coronel Mercante les pidió poner una buena asistencia al último acto del Secretario de Trabajo.
El comité de enlace movilizó al grueso de los 60 mil obreros que sorprendió a todos, el día 10. Un Perón en retirada prometió dejar beneficios. Pero los dirigentes veían venir una cárcel que conocían, la intervención y destrucción del movimiento.
El 12, “los democráticos” llenaron la Plaza San Martín, con sándwiches, pollos y champagne. El fin de semana arrestaron a Perón.
El gremio de la carne se mostró en las calles de Berisso durante toda la semana de octubre, y con el correr de las jornadas la decisión de lucha fue creciendo, sin poder hablar con Perón y sin arrancar el apoyo de la CGT, pero agitando sus naturales vínculos con La Plata y Buenos Aires. “Las conquistas no significaban nada si sus porta-estandartes estaban detenidos y virtualmente en poder de la reacción”, dirían. Aunque muchos “se habían detenido solos”, esperando el desenlace de la tormenta.
El sindicato de la calle Punta Arenas de Berisso hervía de actividad. Los delegados informaban que muchas secciones del Armour y del Swift – moles construidas juntas, entre el canal del río y la calle Nueva York – querían parar y largarse a la huelga. Aparecían en la calle, con gran presencia de mujeres. Desde Avellaneda, voces amigas confirmaban el ánimo combativo en esa margen industrial donde convivían estibadores, albañiles, matarifes y barraqueros.
Los sindicatos autónomos presionaban a la CGT para que se pronunciara. Recuerda Cipriano Reyes:
“El panorama se presentaba con suficiente claridad. Preso el coronel Perón, detenido el coronel Mercante, todos nuestros sindicatos en vías de ser intervenidos por la Policía Federal, que nos buscaban desde esa mañana (16 de octubre) en los locales de organización y en nuestros domicilios, era notorio que la maniobra reaccionara tendía a encarcelar a los responsables y dirigentes de masas, consumando después la liquidación de movimiento popular por la doble vía de la traición y del terrorismo, presentando después al país el hecho consumado de un gobierno a la hechura de la reacción y los servidores del imperialismo”.
La estrategia era poner en la calle, detrás de Berisso, a Ensenada, La Plata y el Gran Buenos Aires, corazón del gremialismo nacional. Los más combativos y organizados se encargarían de arrastrar “a la gente remisa”, y de lograr apoyo en las calles.
Avellaneda, centro de industrias frigoríficas, de talleres metalúrgicos y fábricas de vidrio, junto a la zona del puerto y de las barracas, sería un hormiguero de columnas del sur, si se actuaba con coordinación: la antesala para apoderarse de la Plaza de Mayo.
Como se lee en la prensa, los dirigentes opuestos a la marcha –por miedo o incapacidad-, coinciden en denunciar a los “pistoleros” de Cipriano Reyes. A él adjudican la presencia de los obreros de Avellaneda en las calles el día 16 de octubre, afirmando que amenazaba a punta de pistola a los trabajadores del Wilson.
“En el sur de la urbe”, aseguraba La Nación, era “sin dudas más ostensible” la marea popular. “Detenían tranvías, ómnibus, colectivos”, etc. En Quilmes “paralizaron sus tareas”, lo mismo en Rosario y en Zárate (sede del frigorífico Smithfield) (6).
-----------------------------------------------------------------------------
NOTAS AL PIE
1 Así se llama en Berisso a los inmigrantes en general. Hay desde lituanos a irlandeses o griegos, aunque sobre todo de Europa del Este.
2 FOTIA: Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera.
3 Estaban en Berisso los dirigentes brasileños Waldemar Souto y Nelson Ferreira Aranha, y los uruguayos Julio Herrera y Venancio Bentos, con delegaciones obreras de los frigoríficos de ambos países hermanos.
4 Reunidos Perón, Mercante, Eva y Eduardo Colom, esa misma noche, “en el departamento de la calle Posadas flotaba un clima de derrota irreparable, total…” (Félix Luna, El 45’).
5 Ramón Tejada: delegado ferroviario de San Juan, referente del interior. Personaje muy presente en las jornadas de octubre. Actuaba con Reyes, pero era aceptado en las reuniones de la CGT. El 16 de octubre llevó la voz de los autónomos a la oficina de la central y exigió la huelga. Así consta en las actas de reunión.
6 Diario La Nación, octubre de 1945.
Por Ariel Kocik