La literatura sobre el tema se renueva a partir de reediciones de libros y con la aparición de nuevas obras. Sin embargo, no siempre ha sido así. Un recorrido por las mejores películas y novelas sobre las Islas.
Si por un lado los testimonios de ex combatientes y la investigación periodística, así como los ensayos críticos que examinan el contexto bélico, se han plasmado con cierta urgencia apenas finalizada la guerra y con una constancia más o menos regular en una serie considerable de obras -desde la temprana denuncia de León Rozitchner (Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, reeditado en 2005 por Losada) hasta el último best-seller de Juan B. Yofre (1982. La guerra de Malvinas, publicado hace unos meses por Sudamericana), sin olvidar documentales como Hundan al Belgrano-, también hay un resto traumático de aquella época que persiste en la sociedad argentina y en la memoria de quienes estuvieron en el frente, y que al no hallar solución en el ámbito civil, busca y encuentra en la ficción el terreno más propicio para vencer el silencio.
El primer intento en estas aguas –y acaso el más importante- es la novela Los pichiciegos, recientemente reeditada por El Ateneo tras agotar varias impresiones y ser traducida en Inglaterra entre otros países. Es el debut en el género de Rodolfo Enrique Fogwill, quien falleció hace poco dejando unas de las mejores páginas de la literatura argentina de los últimos tiempos.
Escrita de un tirón en apenas un par de días de junio del ’82, bajo un estado febril y anticipándose a los testimonios de los combatientes, esta obra prefigura los relatos posteriores de Malvinas en la literatura y en el cine.
En ella se narra las vivencias de los “pichis”, un grupo de soldados argentinos desertores de un ejército que en su trato cruel ha deteriorado todos los lazos de nacionalidad. Ocultándose en una cueva alejada de las bases, crean transitoriamente una comunidad con sus propias reglas. Con el único fin de mantenerse vivos, comercian con el bando inglés mientras esperan el fin de la guerra para volver a casa.
La novela cosecha sus logros en el uso del lenguaje: las conversaciones entre los “pichis”, provenientes de distintas provincias, estructuran con su expresividad el relato. Su autor confesó que este libro no apuntaba tanto sus dardos contra la guerra sino “contra la realidad que impone un mismo estilo hipócrita de realizar la guerra en la literatura”.
No hay acá héroes ni descripciones de batallas; Los pichiciegos, según sugirió Beatriz Sarlo, “imagina cómo es materialmente una guerra (…) piensa cómo es el frío, el dolor de una herida, el olor del cuerpo vivo o descomponiéndose”.
Retomando un poco esta misma línea, Los chicos de la guerra (1984) es la primera película ficcional sobre la guerra de Malvinas. Hay, a diferencia de lo hecho por Fogwill, un claro homenaje a los jóvenes que desembarcaron en Puerto Argentino.
A partir de la derrota, el film recorre con flashbacks las vidas previas al combate de Fabián, Santiago y Pablo, tres soldados de diferentes clases sociales, y da cuenta del traumatismo posterior, estableciendo una denuncia contra el autoritarismo de la época.
Luego, con la excepción quizás de La deuda interna (1988), que narra una amistad interrumpida por la guerra, habrá que esperar hasta fines de los noventa para ver de nuevo grandes producciones sobre Malvinas.
Los nuevos trabajos que comienzan a aparecer regresan al tema de un modo uniforme, a través de la memoria y el dolor como motivos centrales. Entre ellos se cuenta El visitante (1999), drama dirigido por Javier Olivera y protagonizado por Julio Chávez, que encarna el papel de un taxista y ex combatiente incapaz de olvidar a su compañero de lucha muerto en las trincheras.
Otra, más reciente, es Iluminados por el fuego (2005), dirigida por el actual titular de Radio y Televisión Argentina, Tristán Bauer. Esteban (Alan Pauls), un periodista que estuvo en Malvinas, es sorprendido por la noticia de un viejo amigo que intentó suicidarse y a partir de ahí, en conversaciones con la mujer de Vargas (Virginia Innocenti), revive el dolor de aquellos días en las Islas, decidido a volver para enterrar en paz ese capítulo.
LA POSIBILIDAD DE UNAS ISLAS
Jorge Luis Borges también le dedicó en sus últimos años una de sus páginas a la contienda entre ingleses y argentinos. El 28 de agosto de 1982 publica en el suplemento cultural de Clarín el poema “Juan López y John Ward”, en el que la historia de dos soldados a los que “les tocó en suerte una época extraña” sirve como excusa para abordar una vez más los temas recurrentes de su literatura.
De la máxima figura de nuestras letras recordamos además su particular humor a la hora de referirse al conflicto, al que definió como “dos hombres calvos luchando por un peine”, proponiendo también, en otra frase memorable como polémica, que “las islas habría que regalárselas a Bolivia para que tenga salida al mar”.
Este camino es el que toma la otra gran novela sobre Malvinas que es Las Islas, de Carlos Gamerro (1992, reeditada el año pasado por Norma). El humor, lejos de ser banal, funciona como una poderosa invención que echa por tierra las posiciones más fáciles respecto a la guerra y busca más allá del realismo y las anécdotas convencionales para encontrar situaciones que nos dejan perplejos y que a veces revelan verdades más profundas, mientras que nos permiten asimismo pensar otras posibilidades sin dejar de lado las causas que provocaron el desastre bélico.
Gamerro inventa una máquina de ficción delirante con la que bucea en el imaginario social argentino para seducir con nuevas explicaciones. El recuerdo de los soldados muestra en la novela toda su capacidad creativa para tejer historias alternativas y conspiraciones tan disparatadas como la de una presunta invasión sionista para fundar el Estado de Israel en el Atlántico Sur, o la existencia de un tesoro que el virrey Sobremonte escondió en el caparazón de un tatú cordobés perdido en las Islas.
La tecnología y la ciencia ficción envuelven la trama, imaginando la zona de Puerto Madero diez años antes de su boom inmobiliario y la continuación de la guerra, que por medio de un videojuego rudimentario creado por el ex combatiente devenido hacker Felipe Félix nos hace soñar con la victoria de los argentinos.
El cine nacional también se permitió un experimento de tono humorístico con Fuckland (2001), largometraje que recibió duras críticas en el momento de su estreno. Filmada clandestinamente en las Islas, con un pequeño equipo de siete personas, entre ellos sus dos actores, el rodaje siguió algunos de los postulados del Dogma 95 y su argumento, según la idea que tiene el personaje de esta película, es la reconquista de las islas a través de una invasión sexual, lo que llevaría a que las mujeres kelpers dejen descendientes argentinos.
Y hablando de mujeres, recientemente se publicaron otras dos novelas sobre Malvinas contadas también desde otro ángulo.
Una fue escrita por la periodista de C5N, Silvia Plager, en colaboración con Elsa Fraga Vidal (Malvinas, la ilusión y la pérdida, Sudamericana), y es una historia de amor que se remonta al siglo XIX, unos años antes de la ocupación británica, para ofrecer un fresco de las islas de aquel entonces.
La otra es Trasfondo (Adriana Hidalgo, 2012) de Patricia Ratto, quien rescata el periplo del submarino ARA San Luis, cuya tripulación permaneció 39 días bajo la superficie oceánica, sin ver la luz y en condiciones precarias frente a la superior flota británica.
Se espera, mientras tanto, que aparezcan nuevos relatos durante este año, cuando se cumple el 30º aniversario de la guerra de Malvinas.