Por Mariano Fernández, Economista, Profesor Full Time, Universidad del CEMA; y Adolfo Paz Quesada, Abogado, Profesor de Derecho Constitucional, UBA; para Revista Noticias.
El domingo 13 de agosto pasará a la historia como el día donde la frustración y el desencanto dieron inicio a un nuevo y altamente probable período de inestabilidad política y económica. Mientras un sector heterogéneo y poco racional de la sociedad festeja el triunfo de la fórmula encabezada por Javier Milei, en los mercados y en los sectores más democráticos y moderados de esta se refleja el inicio a un ciclo de incertidumbre y amenaza.
Las declaraciones cada vez más radicales de la fórmula Milei-Villarruel y la disociación de sus ideas de la realidad junto a la promesa de proyectos irrealizables, los cuales parecen salidos de un guión de la saga de “Harry Potter”, no hacen más que retroalimentar el clima de temor. El pánico se asemeja a lo sucedido en el pasado, donde en otras sociedades lejanas se dieron inicio a suicidios colectivos que culminaron con procesos donde la democracia fue sustituida por la violencia y la arbitrariedad, tanto de izquierda como de derecha. No podemos dejar de pensar en algunos hitos que, sin duda, dejarán al lector con la piel erizada. Episodios como las elecciones en la República de Weimar de 1933, las elecciones españolas de 1936 o las de Chile de 1970 son, sin duda, el espejo donde deberíamos mirarnos para intentar comprender la posible futura crisis que se avecina. Siguiendo a Arturo Valenzuela en el Quiebre de la Democracia en Chile (1983), de editorial UDP, la radicalización de los extremos plasmadas en la discursiva tanto de Milei como de Grabois determinan un corrimiento del centro político hacia los extremos que aumentan las probabilidades de un quiebre o de una desestabilización democrática. En aquellos casos del pasado, el colapso de la república dio origen a una violencia inusitada y a grandes crisis económicas.
El desconcierto es tan grande que, para muchos economistas y analistas políticos, confundidos con la sorpresa y sesgados por sus creencias, el stress sufrido por los mercados sería una consecuencia de la suma de eventos del pasado, como el desequilibrio monetario, la debilidad del gobierno o las peleas internas de los grupos políticos en pugna.
De acuerdo a la teoría de las expectativas racionales planteadas por el economista John F. Muth (1961), es posible dar una explicación más acertada de lo que nos está sucediendo. Antes de las elecciones, los agentes del mercado, en función de la información disponible al momento de la toma de decisiones, asignaron probabilidades de ocurrencia y riesgos a los resultados de la elección.
El resultado del 13 de agosto dejó a los mercados con sus expectativas desalineadas de la nueva realidad. El triunfo de un candidato de ideas radicales, con alta probabilidad de que su efectivización sea a través de actos antijurídicos y/o violentos, es decir contrarios a la Constitución que debe respetar, y cuyas propuestas lucen a prima facie inconsistentes e impracticables, generó la reacción de los mercados que reasignaron probabilidades de ocurrencia a los futuros eventos y llegaron a la conclusión de que bajo este escenario el futuro sería casi siempre peor en cualquier circunstancia.
De haberse cumplido el escenario esperado por los mercados, es muy probable que hoy no estuviéramos sufriendo una corrida cambiaria sin techo y una baja en la cotización de nuestros bonos soberanos. Queda por preguntarnos, de acuerdo a las señales emitidas por los protagonistas en pugna, que opciones nos quedan.
Frente a esto, solo podemos concluir que el riesgo ha aumentado pronunciadamente y por ende la economía transitará en el futuro cercano un período de mayor inflación, la consolidación de la recesión comenzada en abril pasado, un riesgo creciente de que se desate una hiperinflación, mayor inseguridad, mayor pobreza y precariedad en todo sentido.
No quedan dudas que el resultado espasmódico de nuestra economía solo podría menguar si el candidato de LLA comenzara a moderarse en sus discursos y a rodearse de gente altamente competente y democrática a la luz de los agentes económicos. En caso contrario, su intención de voto comenzará a decrecer.
La falta de realidad en el planteamiento e implementación de sus propuestas fiscales, el desconocimiento del timing adecuado para realizar reformas, la previsible falta de apoyo legislativo a las mismas, el anunciado proyecto de un nuevo y confiscatorio “Plan Bonex”, las falencias de un plan de dolarización incompleto, inconsistente y unilateral, dejan en evidencia que el proyecto de LLA no es más que un conjunto de slogans donde el denominador común es la improvisación y el pensamiento mesiánico con tintes mágicos.
Hoy y tal como vienen dándose los acontecimientos, no solo peligra nuestra estabilidad económica, también nuestra república. De resultar ganador en octubre el candidato de LLA, Javier Milei, y de mantenerse en sus actuales posturas, la conflictividad social es una posibilidad cierta.
Si la sociedad no llega a interpretar que la inclinación hacia un extremo del espectro ideológico, que parece cercano a posturas antidemocráticas, conlleva un alto riesgo de violencia social y de mayor crisis económica, la República lamentablemente habrá comenzado a transitar un camino de difícil retorno donde algunas de las buenas ideas de origen, que en el pasado planteara Javier Milei, quedarán sepultadas para siempre y asociadas en el pensamiento colectivo a un pasado por demás alejado de las ideas liberales que dice representar. Y ello seguramente será usado como bandera por los dirigentes de espacios políticos que desean llevar a la práctica políticas públicas basadas en ideologías contrarias a nuestra Carta Magna.