
Sería interesante implementar un programa de estabilización con una mirada integral, que incorpore medidas ortodoxas y heterodoxas.
Por Cristian Mercado
La inflación volvió a acelerarse en abril al alcanzar un 8.4 por ciento con un pico de 10.1 por ciento en el rubro de alimentos y bebidas. Acumuló una variación de 32,0% en lo que va del año y si la comparación es interanual, el incremento alcanzó el 108,8%, la más alta en los últimos treinta años.
Para poder analizar una respuesta al titulo de la nota tenemos que hacer un poco de memoria. Durante la última década se han intentado un variado número de políticas para estabilizar los precios. Programas basados en el monetarismo ortodoxo de ajuste fiscal y monetario como el ensayado por Macri tras acordar con el FMI o el que aplicó el Frente de Todos; “anclas cambiarias y tarifarias” en años electorales impares y “anclas paritarias” en los años pares; heterodoxos acuerdos de precios, subsidios y restricciones o cupos de exportación; hasta un magro intento de concretar metas de inflación o pautas presupuestarias para “alinear expectativas”.
Como vemos se realizaron varios intentos de estabilización en el periodo analizado, pero con un común denominador: su ineficacia. El enfoque monetarista de emisión cero, que se materializó en el acuerdo Macri-FMI, resultó en un colosal aumento de la inflación. Luego durante el gobierno de Alberto Fernandez las acuerdos de precios y las restricciones a las exportaciones tampoco dieron resultado, ya que en el mejor de los casos, lograron estabilizar temporalmente algunos precios a corto plazo, pero no tuvieron efectos macroeconómicos significativos. La historia nos demuestra que los acuerdos de precios ,salvo en el corto plazo se han mostrado estériles ante la problemática inflacionaria.
La estrategia de mantener pisados los precios del dólar y las tarifas en los años electorales logró disminuir la inflación, aunque sin llegar a romper su piso inercial. Esto conllevó un desfasaje del valor relativo del dólar y las tarifas en comparación con otros precios relativos de la economía, lo que propició un posterior ajuste a través de devaluaciones abruptas y aumentos desmedidos de tarifas, acelerando la inflación hacia nuevos máximos que luego se consolidaron en pisos inflacionarios más elevados. Así, la moderada eficacia de corto plazo de la estrategia de ancla cambiaria y tarifaria terminó generando efectos contraproducentes en el mediano plazo. Por otro lado, los acuerdos con sindicatos para fijar las paritarias no tuvieron impacto significativo en la evolución de los precios, aunque sí causaron notables pérdidas en el poder adquisitivo de las y los trabajadores.
La escasa eficacia de los diversos intentos de estabilización de precios en los últimos años se debe a que ninguno de ellos se enfoca directamente en los componentes inerciales de la inflación. Ni las medidas restrictivas monetarias o fiscales, ni el uso del ancla cambiaria, tarifaria o salarial, ni tampoco los acuerdos o los subsidios han tenido éxito en poder desindexar los precios de nuestra economía. Como vemos ninguno de los intentos aplicados atacan el problema de raíz.
Una estrategia para abordar el problema inercial de la inflación es partir de que el problema inflacionario es multicausal. Desde ya que el orden fiscal y monetario son condiciones necesarias para bajar la inflación,(la Argentina es un país con una moneda débil, que no puede darse el lujo mantener déficits crónicos financiados con emisión monetaria), pero tampoco son condiciones suficiente.
La verdadera solución para terminar con el flagelo inflacionario en Argentina pasa por transformar la estructura productiva del país, diversificando sus exportaciones y fomentando el desarrollo de sectores de la economía que aumenten el caudal de divisas, para de esta forma reducir su dependencia de las exportaciones de productos primarios y de esta manera mejorar la balanza de sus cuentas externas. Sectores como la industria del conocimiento, minería, la mayor integración de componentes en la industria automotriz y el desarrollo de sector energético parecerían ser la alternativa para poder salir de la constante restricción externa que padece el país.
La brecha cambiaria debe ser un objetivo a eliminar ya que distorsiona la balanza comercial, incentivando la subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de las importaciones, algo completamente insostenible. Debemos tener en claro que el horizonte debe ser la unificación cambiaria.
Pero el problema radica en que son procesos a largo plazo, que no contemplan las urgentes necesidades de una población que día a día ve mermar su poder adquisitivo en el marco de economía que lleva varios años de escasez de dólares.
En el corto plazo, las únicas alternativas viables son gestionar de manera ordenada las divisas (cada vez que los dólares alternativos se disparan, la inflación alcanza un nuevo piso) buscando evitar que se agrave aún más las condiciones socioeconómicas de la población y manteniendo los flujos de financiamiento de proyectos que permitan sustituir importaciones, aumentar la oferta de alimentos en el mercado interno y aumentar las exportaciones.
Sería interesante implementar un programa de estabilización con una mirada integral, que incorpore medidas ortodoxas y heterodoxas.
El mismo consistiría en un congelamiento temporal de tres meses de los principales precios (precios, tarifas, tipo de cambio) en la economía nacional. El objetivo buscado seria alinear los precios relativos. Esto generaría un contexto de estabilidad que serviría como nueva referencia para las futuras negociaciones. De esta manera, se reduciría el componente inercial de la inflación. Luego al tercer mes se negociarían paritarias por los siguientes nueve meses, pero contemplando un retroactivo por los tres meses de congelamiento). La política cambiaria, las tasas de interés , alquileres y salarios deberían actualizarse trimestralmente acompañando las nuevas nominalidades a la baja de la economía.