
Una superproducción argentina, con el protagonista del momento y cargada de componentes fantásticos, inquietantes y perturbadores. La mejor final de la historia mundialista. Los matices entre la audacia, el juego formidable, las angustias y el carácter. De la injusticia futbolística a la consagración épica de la mano de la justicia poética. Monsieur Messi, la leyenda de la historia del fútbol Mundial.
Una aparición divina, el rayo desde arriba, la película argentina. Se va normalizando la cosa, esa taquicardia feliz, la posterior a los penales. Una trama bien argenta, de la gloria al drama en un parpadeo; del baile, al suspenso más temido. Eso que somos, siempre curtimos las angustias y los desahogos a partes iguales. Con héroe y villano, los elementos de un guion perfecto —personaje, antagonista, meta, conflicto, ritmo—. Eso sí, el director era nuestro y la realización fue cenital, desde el más allá.
Durante el primer tiempo asistimos a un concierto a cielo abierto en Lusail, el equipo argentino se vistió de gala para desplegar su mejor fútbol y brindar una presentación de lujo. Di María, el ángel de las finales, fue la gran figura: gambeta, enganches, asistencias y golazo. Podría jugar con su amigo-socio, ambos con los ojos vendados, y así y todo, sus pases serían siempre directos al pie del otro. El lugarteniente De Paul y su arsenal de pulmones, que fue y vino durante el largo rato que estuvo en cancha. Mención especial para Mac Allister, el auxilio en el medio, una figura silenciosa, que siempre está. Los laterales, Otamendi, el central argentino del Mundial y Romero, el central de la final. Todos puntos altos de un equipo distinguido.
¡Y cuánto más vas a escribir de Leo, Marcial! ya pusiste todo y más, el rompe récords, el argentino más argentino, el líder de una coalición de cracks que se ganó el respeto de todos. El Messi que se superó a él mismo, el que terminó el doctorado más importante con la Selección Argentina, el que se queda con las coronas definitivas de ser el rey (Pelé) y el Dios (Maradona) del siglo XXI, ni más ni menos.
Giro en la trama
Y la banda siguió tocando hasta que apareció el villano de la noche qatarí. Mbappé, el 10 francés, el que estaba escondido y atacó con el puñal de su derecha y puso a la Scaloneta contra la pared los últimos diez minutos —con la fiesta a medio preparar—. Los cambios de Deschamps refrescaron a los galos que naufragaban en un campo coloreado de celeste y blanco, no podían hacer pie.
La sombra que había visitado a la selección de Scaloni ante Australia y Países Bajos, otra vez se daba una vuelta por la final. Casi a los 80 minutos, llenó de incertidumbre a los cincuenta mil adentro del estadio y a los millones del lado de afuera de las pantallas. Empate 2 a 2 y suplicar por el pitazo final para cambiar los aires y salir a buscar de nuevo en la prórroga.
Scaloneta en modo tracción para encarar la pendiente y liberarse de ese goleador temerario que nos mostraba los dientes junto a los suplentes que entraron para revivir a Francia. Los cambios no llegaban y el equipo veía a Lloris con binoculares, el desgaste y la exhibición de la primera hora de partido se encargaron de desintegrar las piernas de los que tenían que revertir el resultado. El nuevo aire apareció con Lautaro Martínez y Montiel, otra vez la cancha se inclinaba a favor de
Argentina, aperturas para ir por las bandas y encontrar espacios a espaldas de los azules. A los 109 minutos una triangulación fantástica dejó solo a Lautaro para romper la racha negadora con el gol, remate potente que reventó las palmas del arquero galo y Messi envió ese rebote más allá de la línea de gol. Con suspenso pero 3 a 2 al fin: gritos, llantos y euforia, éramos otra vez campeones, fue el viaje interior de quienes sufrimos aquella final en el Azteca, de esa agonía de la igualdad alemana al Burruchagazo para vulnerar a Schumacher y definir la historia de la segunda copa. Pero cuando el filme parecía llegar a un final feliz, el verdugo apareció una vez más, y el árbitro cobró un penal a solo tres minutos del paraíso mundialista. El goleador cruzó el disparo y de nuevo empate y zozobra.
Sin sufrir no vale – Capítulo final
Como si no hubiéramos tenido suficiente, la última escena de este largometraje incluyó el remate del otro anti héroe de reparto francés, Randal Kolo Muani, que se metía al arco y liquidaba la historia. Pero San Martínez, como ante Países Bajos, estiró su pierna izquierda y atajó una pelota que iba a ser la épica francesa. El rayo de Diego llegó con delay pero apareció al fin, y sirvió para esperar los penales con romanticismo.
Desde la Copa América del 2021, Dibu nos malacostumbró a saborear esa tanda azarosa de disparos desde los once pasos. Desde el “te como hermano” a Mina en Brasilia, pasando por voladas rutilantes ante los naranjas hace unos días, hasta los bailecitos post atajadas de la final. Es un tipo que definitivamente convierte el arco de fútbol en uno de hockey para los ejecutantes rivales. Esta vez se lució ante Coman el bárbaro y amedrentó a Tchoaumeni que la tiró afuera. Ayer se convirtió en el arquero Extra Brut.
Sus primeras palabras luego de la consagración fueron: “Gracias a D10S saqué ese pie” en la última jugada del alargue, era Diego, su rayo y el de un guion que eligió al arquero para que salve al equipo, el recurso narrativo más potente en esta película nacional que emocionó a propios y ajenos.
Campeones mundiales después de una larga siesta de 36 años, el héroe principal pudo besar a la protagonista, fin de un largometraje que concluyó en el vinculo de la historia con la gloria argentina.
La consagración
En la competencia hubo bemoles, pero estos quedaron sepultados por la consagración de Messi a lo más alto de sus logros personales. El premio también fue para un plantel liderado por un cuerpo técnico sereno, con sabiduría y carácter, que amoldó a sus jugadores y le transmitió la convicción para llegar al objetivo. La hermandad con un pueblo que dejó la grieta de lado y se encolumnó con la Scaloneta de los sueños.
La subestimación esta vez estuvo del otro lado, las declaraciones de Mbappé fueron despreciativas al nivel del fútbol sudamericano, un dardo que dolió hondo. El castigo le cayó al equipo francés y a pesar de haber convertido tres goles en la final y tener al goleador del torneo, los europeos se quedaron sin nada y sufrieron la derrota frente al fútbol argentino. La justicia poética que llaman.
Argentina salió Campeón Mundial de nuevo, mi cabeza viajó por el 78 y aquella caravana de festejos hasta el mar plomizo de junio en Necochea. Recorrió tierras mexicanas y aquel grito desenfrenado con mi primo Pablo desde aquel domingo de democracia hasta recibir al capitán y los muchachos saludando desde el balcón de la Rosada.
Resulta poético que el Diego haya partido de este Mundo como el último capitán campeón de la Copa y ayer con su presencia desde otro lado, volvimos a ser campeones. Maradona encontró en su nuevo espacio el Aleph de Borges, una circunferencia de apenas unos centímetros de diámetro. Un punto desde el cual pudo ver todo el universo simultáneamente y celebrar el título desde su palco albicelestial.
Gracias jugadores y cuerpo técnico por esta final, la mejor de nuestras sufridas vidas futboleras. Miro al cielo y le agradezco a ese D10S argentino, que ya no está pero todo lo ve. Añoro los abrazos reales con los primos, los amigos y los familiares que están en Argentina, en donde todos festejan. Acá celebramos entremezclados argentinos, colombianos y un marroquí que nos bancó en los últimos dos partidos.
La Scaloneta trasatlántica conquistó Asia, se subió a lo más alto del podio y de nuestras mayores alegrías. Los recibirán millones que eligieron creer.
Estas lágrimas finales las comparto con vos vieja, siento que andas festejando por ahí.