El Vicepresidente definió una votación que la mayoría deseaba, después de 100 días de país parado “por el bien del país”. Recogió apoyo, tal vez porque la historia política reciente no dio muchos actos emotivos. La relación de la sociedad con el radicalismo, que los medios dan por muerto y resucitan.
Por Ariel Kocik
Según parece, el llamado “radical K” Julio Cobos - expulsado de la UCR - , quien por azar definió una votación histórica, tiene tarjeta de recomendación para, de la noche al día, ser un nuevo Hipólito Yrigoyen que “aglutine” a su ex partido o a la sociedad.
Su fogoneo no parte de la centenaria fuerza, sino, por ejemplo, de un ex presidente que no tiene tanto que ver con Cobos y el radicalismo, aunque sí con Néstor Kirchner, a quien hoy se enfrenta.
Tanto el kirchnerismo como el duhaldismo, por distintos caminos (aunque se crucen), prueban palabras antes extrañas a su vocabulario, como “calidad institucional” o “normalidad partidaria”. Parecen todos sobrinos de Arturo Illia.
Alguien lee un párrafo de la carta magna y se siente constitucionalista. Hace poco Luis D’ elía, le habría “pedido la renuncia” a Gerardo Morales, presidente del radicalismo, con todos sus problemas, el principal partido nacional que se mantuvo orgánico y sin que sus cuerpos se limiten a rubricar “dedazos”.
El justicialismo fue intervenido por la Justicia, y anunció “normalizarse”. Tal vez venga un debate sobre si importa más el partido en sí o su papel en la estrategia K, ya que su líder evitó nombrar a Perón mucho tiempo. No obstante, muchos le indican al radicalismo lo que hay que hacer, como por ejemplo, realzar a Cobos luego de que el Tribunal de Ética le armara las valijas.
El periodismo tiene que ver en la confusión. Cuando Cobos fue expulsado, por llevar los votos de su partido hacia el kirchnerismo, la prensa señalaba el “fin de la UCR”. Morales pasó a ser el “talibán”, el ala dura de un partido incomprensivo con los que quisieron realizar “el sueño de Balbín”, aunque podía estar “hasta Fránkestein”, según voceros oficialistas.
No suma cargar las tintas, pero tal vez sí pedir más respeto a los partidos y a sus principios. ¿Qué confianza pueden tener los votantes si desayunan con su candidato abrazado al rival de hace dos semanas?
Valen los puntos de acuerdo entre los partidos populares, pero en nombre del consenso se hacen acrobacias. Hace poco se vivaba el pluralismo de la “concertación”, y ahora ya se escucha hablar de “tiranía de la chequera”.
La UCR tuvo una etapa de disculpa luego del fracaso delarruista, reconocido como propio. El peronismo todavía no asumió sus años 90: Menem fue un peronista con todas las letras, apoyado por su partido, incluso por varios que cantan “patria si, colonia no”.
Los dirigentes más capaces podrían estar más allá de las encuestas y el humor pasajero.
Cobos puede sentirse “radical”, y sus méritos habrá hecho, pero no es bueno olvidar que dejó mal al partido que lo proyectó. Su voto en el Senado mostró autonomía.
Hizo lo que otros no hicieron por miedo. Contra lo que dicen los obsecuentes de turno – que lo comparan con Vandor - , salvó al gobierno del papelón de “ganar” pidiendo la hora con métodos que aumentan su debilidad. El vice descomprimió una situación que asombra al mundo, y que le consume popularidad a la Presidente. Cobos no tiene la culpa de lo que ni siquiera los kirchneristas apoyaron.
Pero tampoco se puede hablar del sistema de partidos y festejar el cambalache donde todo puede “conversarse”. En nombre de Balbín hacen lo contrario que hacía Balbín, quien prefirió la cárcel antes que dejarse cooptar: “estoy resuelto a sufrirlo todo para que no lo tengan que sufrir las generaciones futuras”, dijo antes que lo encierren.
El peronismo tiene trabajo con convencer a la sociedad, por ejemplo, de que no castiga al que disiente. Parecía que su líder era el segundo Perón, y ahora muchos se refieren a él como si fuera un chico. Y el radicalismo no sumaría confianza si luego de denunciar a los “convencidos” – valga el eufemismo – con ayuda del dinero K, le devuelve el cariño a Cobos sin que haya una autocrítica.
Muchos formadores de opinión, de los que se preocupan por la democracia, pueden ser muy duros con alguien como Raúl Alfonsín – visto en el exterior como el principal responsable de que haya estado de derecho en la Argentina – y hacer de Cobos un Gauchito Gil salvador.
Confundir el “sueño de Balbín” con lo que la política criolla llamó bolsas de gatos, sería olvidar que ese dirigente abrazó a Perón para unir al país, pero jamás usó las banderas de su partido para llegar por el lado más fácil. El “consenso” no es negociar puestos.