Leo Messi pasó de ser altruista de un espejismo a cambiarle la letra al tango triste de la selección Argentina. Logró conquistar su primer título con la mayor, en el Maracaná, siendo goleador y figura de la Copa, y poniendo una vez más a la Argentina en el primer plano del fútbol mundial.
Por Marcial Ferrelli
Leo Messi pasó de ser altruista de un espejismo a cambiarle la letra al tango triste de la selección Argentina. Logró conquistar su primer título con la mayor, en el Maracaná, siendo goleador y figura de la Copa, y poniendo una vez más a la Argentina en el primer plano del fútbol mundial.
Llegó el día de festejar, de hacer vibrar al pueblo luego de una extensa sequía de 28 años. Una Copa América que parecía injugable por la interminable pandemia de Covid. Se había bajado Colombia de la mitad de la organización con Argentina, más tarde declinó el gobierno de Alberto
Fernández la disputa de la totalidad del certamen en el país, y así, agazapado apareció Bolsonaro, que postuló a Brasil para quedarse con el tesoro descartado. A último momento la Conmebol dio el aval para que se jugara en territorio carioca.
Otra vez, cómo en el 2019, parecía que el anfitrión conquistaría el trofeo en su fortaleza. Una Copa hecha a medida para levantar la deprimida imagen presidencial e hipnotizar a las masas con un triunfo futbolístico y un aprovechamiento político.
Las expectativas argentinas eran altas aunque envueltas en dudas, sumadas a los fantasmas de las finales perdidas en el Mundial 2014, Copas América 2015 y 2016, la bochornosa salida en octavos en Rusia 2018 y la eliminación a manos de la verdeamarela en 2019.
Era la prueba de fuego de Leonel Scaloni, el mismo entrenador de la última edición de la competencia continental y las Eliminatorias para el Mundial de Qatar 2022.
Su ficha más importante: el capitán de mil batallas y mejor jugador del mundo, Leonel Messi, acompañado por una mixtura entre la experiencia y el recambio joven, para consolidar la revancha de todas las derrotas anteriores. La inclusión de los históricos fue cuestionada por la mayoría de los hinchas argentinos.
El camino fue de menor a mayor, imponiendo en los primeros tiempos, consiguiendo la diferencia en el marcador, pero acorralándose en campo propio y cediendo pelota y terreno en las segundas partes. Así fue la primera fase, sin que sobrara nada pero asegurando el primer lugar del grupo y así poder evitar al “cuco” antes de una soñada final en el Maracaná.
El capitán, en esta edición, decidió de manera inteligente no ser el responsable único del equipo, sino liderar con la cinta pero siendo uno más en el campo, para acompañar y repartir jerarquías, supo eliminar dependencias. Encontró esta vez, a su secretario general adentro de la cancha, Rodrigo De Paul, intérprete todo terreno, juego y overol para auxiliar compañeros y relevar espacios. A los que les tocó participar de los juegos, se alinearon con actitud irreprochable, cada cual atendió su tarea y conformaron un equipo serio y solidario. La semifinal frente a Colombia, tal vez el partido más complejo y sufrido del torneo, se sorteó a partir de la personalidad y la malicia indígena del arquero debutante y sorpresa de esta nueva generación de la selección, Dibu Martínez, que a fuerza de sicología callejera, amedrentó a rivales de talla internacional y los redujo a ejecutantes tibios en la definición por penales. Así llegó hasta la definición esperada, frente al local que venía volteando selecciones como muñecos de trapo y gastando festejos a cuenta.
Llegó el 10 de julio, final en el mítico Maracaná, con la compañía de un puñado de hinchas que apadrinaban a un pueblo sediento de un título esquivo durante casi tres décadas. En el amanecer del partido apareció el resistido Di María, habilitación del secretario general y gol de emboquillada, emulando aquel contra Nigeria, en la conquista de la medalla dorada en Beijing 2008. Aparecieron todos en cada pelota, en cada cruce, cada ataque y defensa.
Se jugó para ganar el título, en esta ocasión los jugadores mostraron el miedo a no ganar, se mentalizaron todos para levantar el trofeo continental como fuera. Se repitió la foto de la sangre en la media de Messi en la semi, esta vez en el tobillo de Montiel, hubo sudor en cada repliegue por los embates amarillos, comandados por Neymar y sus artilleros. Brotaron las lágrimas cuando el árbitro uruguayo señaló el final.
Todos corrimos a abrazar al capitán, los de adentro, los del banco, los de las inmensas tribunas en Río, los argentinos que viven en Argentina, los que estamos afuera y él, desde su palco en el paraíso, que tuvo que ir a arreglar las cosas con el otro Dios para que todos volvamos a festejar y renovar la confianza en nuestra selección.
La frustración pasará a ser la excepción y no la regla, es tiempo de celebrar el triunfo y enterrar la dignificación de las antiguas derrotas.
«Fua el Diego» allá arriba, «fua Leo en el Maracaná».