Si la prudencia es la primera de las virtudes cardinales, no parecen tenerla algunos personas que tienen altas responsabilidades institucionales.
La jueza de la Corte Suprema de Justicia, Carmen Argibay, refiriéndose a una colega que negó la posibilidad de un aborto, amenazó: “…Le debemos decir que la vamos a echar, porque no puede juzgar de acuerdo a sus creencias”.
Días más tarde el también juez del mismo tribunal, Eugenio Zaffaroni, en relación a la posibilidad del gobernador Solá de obtener su reelección, analizó en público el artículo 123 de la Constitución bonaerense diciendo que era poco claro y que si se atenían al texto escrito “le diría que sí” respondió sobre la posibilidad de Felipe de presentarse nuevamente para ocupar el sillón de Dardo Rocha.
Ambos olvidaron que, como integrantes del máximo tribunal de la Nación, pueden estar llamados a intervenir en ambos temas, para los que hoy, a partir de sus declaraciones, están inhabilitados para hacerlo, pues han incurrido en claros actos de prejuzgamiento que los inhabilitan a decidir.
Pudo más la atracción del micrófono, el grabador, el opinar de todo que la prudencia que todo magistrado debe tener. Rara fascinación tiene el hablar para algunos por sobre la sencillez del silencio.-