Néstor Otero, director del Centro Cultural Plaza de San Martín, escribió unas sentidas palabras en recuerdo de Alberto Márquez, militante peronista asesinado en diciembre del 2001 en Plaza de Mayo.
Por Néstor Otero, director del Centro Cultural Plaza de San Martín
“El Gordo” era un buen tipo.
Siempre estaba dispuesto para ayudar a cualquiera. Un gran amigo, lo suyo era de todos. Más de una vez se metió en quilombos por privilegiar la amistad, dejaba de hacer cosas del laburo o compromisos con la familia para acompañar a algún amigo que lo precisara. De esto su esposa Martha podría dar cien testimonios.
También era un muy buen padre. Siempre estaba preocupado por sus hijos, los quería con el alma se alegraba con sus triunfos y se amargaba cuando tenían problemas, trataba de ayudarlos a su manera, era consciente que no alcanzaba, que le costaba llegar a fondo en su relación con ellos, y le dolía. Se escondía para llorar y le dolía no poder demostrarles su cariño pero bueno, su vida no había sido fácil y no quería que los suyos pasaran por lo mismo. Seguramente muchos de nosotros estaremos arrepentidos por no haberle brindado más afecto cuando sabíamos que lo necesitaba.
Fui uno de los últimos que compartió un rato con él y les puedo asegurar que estaba muy orgulloso de lo que le había deparado la vida. Se había recibido de abuelo hacía unos meses, y por partida doble: había encontrado una pareja con la que se querían entrañablemente y se le sumó de grande una hija con la cual se divertía mucho. A veces era reiterativo en sus conversaciones, sus historias de la colimba, de sus años en el correo y de las ventajas de los seguros que vendía (a veces esto nos aburría y era motivo de nuestras cargadas).
Le gustaba compartir con los demás.
Apenas manoteaba un mango ya estaba pensando a quien iba a invitar a almorzar. En esos tiempos de malaria debo reconocer que fui uno de los más beneficiados, con la promesa de que cuando cambiara la mano le retribuiría el gesto. No me dio tiempo. Desde hace como 15 años siempre retomaba su carrera de Derecho, la que indefectiblemente abandonaba para retornarla el año siguiente. En 2001 pudo ejercer como profesor en la secundaria y le pudo entregar el título a su hijo, cosa que lo puso muy feliz, y a nosotros también.
Pero su verdadera pasión fue siempre la política. Y dentro de ella, el Peronismo. De joven fue delegado en F.O.E.T.R.A. y como tal participó en la organización de los dos regresos del General Perón: cruzó el río Matanza bajo la lluvia y estuvo en Ezeiza cuando las balas de los fascistas no nos dejaron terminar la fiesta (todavía guardaba en su escritorio el brazalete de la JP que usó ese día). Participó activamente del 11 de Marzo y del 25 de Mayo del 73. Durante los primeros años de la dictadura se recluyó en su trabajo y a partir de los 80 se sumó a todas las actividades que tuvieran que ver con reconquistar la democracia. Fue uno de los fundadores del M.R.P en San Martín. En 1987 fue nombrado Delegado del Ministerio de Acción Social de la Provincia de Buenos Aires para la Zona Norte del Conurbano. Fue apoderado del PJ durante muchos años y estrecho colaborador del entonces intendente Carlos Brown. Director Provincial de Comercio Interior, Director de Tránsito y Transporte, y Consejero Escolar hasta el 10 de Diciembre de 2001.
Como todos, cometió muchos errores. Pero siempre tuvo claro de qué lado tenía que estar: del lado de la gente. Por eso estuvo en todas las plazas que se convocaron para luchar por los derechos de los trabajadores, de los desposeídos y de los más jodidos de este país.
A esta última también habíamos ido juntos. A eso de las 16 horas decidió volver a San Martín a buscar a Martha y a Susana para que participaran de lo que ya se veía sería una gesta histórica. Estaba contento, exultante. Se cambió de pilchas, se puso zapatillas por las dudas y volvió a la Plaza. Quedamos en encontrarnos más tarde y me prestó un celular por si nos perdíamos. Al rato lo llamé: se cagaba de risa porque estaba parado al lado de una tanqueta que, según él, era la misma que había utilizado Villar para entrar en la sede del PJ cuando velamos a los muertos de Trelew. Esa fue la última vez que hablamos...
Al ratito nomás, los hijos de mil putas lo mataron sin piedad y por la espalda...
Al “Gordo” no le gustaba hablar de la muerte. Le tenía miedo. Pero todos los que los conocimos sabemos que si hubiera tenido la oportunidad de elegir una forma para morir, hubiera elegido ésta: al lado de los que quería, enfrentando a los que siempre había enfrentado, y luchando por una causa que valía la pena.
Desde el asesinato del “Lobito” Rodríguez Saá, pensé que nunca más me tocaría despedirme de un compañero en estos términos. Pero la historia sigue siendo cruel con los que luchan... Compañero Márquez, Presente...