Hay una tradición en el ejercicio de la democracia que es respetar el duelo. Ricardo Alfonsín no parece haberse enterado. El primer disparate lo dijo apenas tres días después de la muerte de Néstor Kirchner.
Por estas horas, Julio Cobos sabe que lo más elegante es retirarse de escena con un pedido de licencia. Ricardo Alfonsín parece dispuesto a correrse de ese personaje afable que el recuerdo mayoritario le dejó a Raúl Alfonsín. O, mejor dicho, que Raúl Alfonsín se ganó con una trayectoria. No es novedad, la muerte del otro amiga a quienes rivalizan. La desaparición física de un adversario –legítimo– modifica conductas. Hay una tradición bien ganada en el ejercicio de la democracia que es respetar el duelo. Ricardo Alfonsín no parece haberse enterado. El primer disparate lo dijo apenas tres días después de la muerte de Néstor Kirchner.
Con una frase desafortunada en medio de una entrevista:“Yo sentí pena frente a Saddam Hussein”, que fue seguido de un razonamiento cínico ante el dolor que sentía Cristina Kirchner. A renglón seguido, Alfonsín hijo dijo que la muerte del ex presidente la vivió “como se vive un funeral en general. Yo fui con mi familia, porque la presidenta nos había visitado a nosotros cuando murió papá.” Es decir, devolvió una gentileza por mera reciprocidad. Casi por compromiso. Uno imagina ese tono bonachón que supo heredar –o copiar– de su padre, detrás del cual hay un claro desinterés. Alfonsín, permítame, nadie va a un funeral en general. Siempre se despide a alguien en particular. La muerte, que a todos nos asusta, es un hecho singular. Y algún día nos va a dar cita.
Este lunes, después de aquellas feas expresiones, este precandidato a presidente por el radicalismo, le dio una entrevista a La Nación para avisar que postergaba una semana su lanzamiento y a reafirmar cierto desprecio al sentimiento de luto que potenció la adhesión póstuma a Néstor Kirchner.
Quizás Alfonsín no se dio cuenta de que la mayoría de la sociedad despidió a un líder político, a un ex presidente, a un militante que se murió de modo súbito. El arco de sentimientos frente al hecho trágico es muy variado. Como cualquier despedida a alguien que deja una huella profunda en el pueblo. Ese arco va desde el desconsuelo y la entereza de la presidenta hasta el respeto de sus adversarios. En el medio, claro, estuvieron las lágrimas de los kirchneristas y peronistas que redoblaron su fervor y se encontraron con cientos de miles de personas que fueron a despedir a Néstor. Quizá porque sintieron que El Flaco era uno de ellos, uno de nosotros, con la diferencia de que había logrado muchas cosas que sirven y mucho. Seguramente se trata de cosas que muchos hubieran rescatado con el tiempo. Pero que emergen porque la muerte no deja lugar para las pequeñas chicanas. El pueblo en la calle no le pidió nada al gobierno y el gobierno sólo permitió que durante tres días el féretro de Néstor fuera acompañado. La presidenta, al lado, sólo escuchó. El gobierno no hizo nada para sacar provecho ni fomentar disputas.
EMPATÍA. Ante la muerte del ex presidente, “lo primero que pensé –dijo Alfonsín a La Nación– fue que se podían registrar algunos problemas por la hiperactividad de Kirchner en la construcción de poder. Y que iban a necesitar a varios para remplazarlo. También vi señales de que todo lo que se venía haciendo se iba a profundizar, y eso me preocupó en términos de institucionalidad y convivencia política.” Esto, tan brumoso como insensible, fue lo que dice haber sentido en el primer momento.
Entonces, el periodista le preguntó si, pasados los días, pensaba igual: “Lo confirmé. No voy a hablar de ‘profundizar el modelo’ porque no sé qué quieren decir con eso. Pero creo que está claro que el estilo se va a seguir profundizando: el desdén por lo institucional, la crispación y la descalificación del adversario.” Es decir, Alfonsín cambia el objeto, no habla de Kirchner sino de la presidenta. No hace ni siquiera una pausa frente a una mujer de luto.
De inmediato, este hombre apoyado en su apellido, reconoce que “hay un sentimiento de empatía y solidaridad de la sociedad”. Empatía –para la Academia de la lengua– es la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo del otro.” Entonces, cabe preguntarse ¿cuál es el sentimiento de Alfonsín con el estado de ánimo de Cristina?
La respuesta la dio a renglón seguido: “Algunos que ya no le daban crédito al gobierno tal vez se lo vuelvan a dar. Pero con lo que están haciendo van a perder la oportunidad de capitalizar políticamente esa empatía. Además, cuando la gente vote, dentro de un año, lo hará con una fuerte demanda de cambio y no por lo que esté viviendo anímicamente hoy.”
No es una buena noticia para la democracia que Alfonsín se posicione en el lugar del desafiante cuando no hay ninguna pelea que dar. Todavía hay un sentimiento de pérdida muy grande. En otra dimensión, como lo hubo para muchos no radicales con la muerte de Raúl Alfonsín. Algunos todavía recuerdan lo bien que lo recibió la presidenta hace dos años cuando pusieron su estatua junto a las de otros ex presidentes en la Casa Rosada. Fue hace dos años. Alfonsín ya estaba enfermo y leyó su discurso muy emocionado. “Los argentinos hemos vivido demasiado tiempo discutiendo para atrás. Propongo que todos lo intentemos, con la cabeza y el corazón en el presente y la mirada hacia el futuro. Cristina le devolvió, con empatía, una frase sentida: “Yo quiero que quede bien claro que esto es un homenaje a usted como persona. Es usted el símbolo del retorno de la democracia.”
Quizá la empatía de la sociedad esté más dirigida a celebrar esos momentos y a recordar a los que dejaron grandes ejemplos que a frases poco felices expresadas por la pequeña ambición de llamar la atención antes de una precandidatura.
* El autor es el director del semanal "Miradas al Sur"