El escritor alemán Günter Grass admitió en su último libro que siendo un adolescente(1944-45) fue reclutado forzosamente por las temibles SS, de Adolf Hitler. Una vida en contra del nazismo que algunos quieren ensuciar por esta reciente confesión.
MEMORIA Y CONFESION
Por Germán Mozzi
Confieso que no he leído a Günter Grass. Un Gúnter Grass ,que ahora tardíamente ha confesado, en su reciente y último libro, la biografía "Beim Haeuten der Zwiebel" ("Pelando la cebolla"), que siendo sólo un adolescente (1944-1945) fue reclutado forzosamente por las temibles SS, de Adolf Hitler. Que estuvo un año, fue herido, no disparó un solo tiro y, al final de la guerra, acabó prisionero en EE.UU.
Automáticamente la opinión mundial se dividió entre quienes valoraron la "confesión" del escritor y quienes la criticaron por "tardía". Aún cuando estas críticas no empañan la postura, claramente marcada contra el nazismo, que Grass tuvo desde aquel primer alegato que fue "El tambor de hojalata". Ahora que el debate, ya no se concentra en las ideas y los principios en juego, sino sobre la propia figura del escritor, surge un interrogante, claramente "ético", sobre el valor de una confesión, tardía, pero confesión al fin. Dicho de otro modo, ¿es "bueno" o "malo" confesar "tardíamente" una conducta "reprochable"?
Siempre es "mejor" confesar tarde que nunca; de eso podemos estar seguros: al menos, aquello que se considera "errado", es asumido por el propio autor, en vida. Pero algo "mejor", no necesariamente es algo "bueno". Luego viene el tema del arrepentimiento, porque se puede "confesar" y no necesariamente asumirse la responsabilidad de la propia conducta; también es "mejor" el combo "confesión + arrepentimiento", que la simple "confesión".
Pero aquí, a diferencia del caso anterior, además de "mejor", "confesar" también es "bueno", porque asumir una responsabilidad propia tiene el valor de darle a las víctimas, directas e indirectas (que en caso de delitos de lesa humanidad nos involucra a todos), la necesaria tranquilidad a sus conciencias, al deseo de satisfacer la sed de justicia.
Y aquí viene a jugar, necesesariamente, el tema de lo "tardío". Sería reprochable una confesión "tardía" cuando este rasgo fuese determinante para privarla de todo valor; si por "tardía", la "confesión", ya no fuese útil para servir al propósito reparador a las víctimas directas e indirectas, sería una "mala" confesión. En este sentido, no podemos decir que Günter Grass haya actuado "mal", ya que ningún perjuicio ha causado su "demora"; por el contrario, hace el "bien" saber que alguien que, en determinadas circunstancias (que cabe valorar específicamente), ha actuado "mal", en algún momento de su vida, lo admite como tal.
Pero el debate ético, en este punto, no se agota en algo tan general y a la vez importante como la "humanidad". Como lectores, ¿podemos sentirnos engañados? La Fundación Nobel o el Príncipe de Asturias, ¿pueden considerarse engañadas?
¿De haberlo sabido, habríamos leído y/o premiado a Günter Grass? Dejemos de lado si Günter Grass pudo o no haber especulado, ya que en ese caso ni siquiera deberíamos tomarnos el trabajo de escribir sobre esta cuestión. Supongamos, y creemos que esto es así, que Günter Grass ha vivido por 60 años mortificado por aquello que recién ahora nos revela.
Aquí las opiniones se dividirán, seguramente, entre quienes no encuentran necesario relacionar la obra con el autor (más que para entenderla: y el hecho de esta revelación sólo le agrega matices para nuevas interpretaciones) y aquellos que no conciben separar a ambos. Para los primeros, el tenor "tardío" de esa confesión, no les quita nada y, como dije, tal vez les agregue una nueva instancia para reinterpretar su obra. Para los segundos, y más específicamente, dentro de este grupo, para aquellos que, de haberlo sabido, no habrían leído o premiado a Günter Grass, se impone otro nivel de análisis, el de la conducta puntual del joven Günter, de 17 años de edad, en la Alemania de 1945.
¿Debemos reprocharle algo a quien, siendo un niño, nos cuenta haber sido reclutado forzosamente por las SS, haber estado allí un año, haber sido herido, no haber disparado un solo tiro y, al final de la guerra, haber acabado prisionero en EE.UU?
Nos parece más una víctima, que un victimario. Debe ser muy doloroso pelar la propia cebolla, cuando la primer capa tiene el sello de las SS; pero Günter habría sido seguramente ejecutado, si no se les "unía". Y realmente, "vivió para contarlo".