El jefe de Gobierno insistió en que la Legislatura vote “algo inteligente y moderno”. Impulsa sancionar con cárcel a los cuidacoches. Por eso y la prohibición de protestar a cara cubierta, lo siguen acusando de ir “a la vanguardia de la mano dura”.
“Hay que dejar de lado los prejuicios ideológicos y la politiquería barata y sentarse en la Legislatura a votar algo inteligente y moderno”. La frase es de Mauricio Macri, ayer, y lo inteligente y moderno, su iniciativa de reformas al Código de Convivencia Urbana para castigar con hasta cinco días de prisión a los cuidacoches. El paquete, anunciado el lunes, también incluye prohibir manifestantes con el rostro cubierto y palos en sus manos. Macri dijo que dará batalla “hasta el final” para “proteger a los vecinos que trabajan y pagan sus impuestos”.
En el proyecto de ley –presentado en la Legislatura– se especifica que llevar “armas no convencionales” y taparse la cara en las manifestaciones merecerá sanciones de hasta 40 días de arresto. El artículo 9 habla de “ocultar o cubrir el rostro o parte del mismo, con cualquier elemento apto, de modo de impedir u obstruir su individualización”, incluso en eventos culturales o deportivos. Marcelo Parrilli, legislador por el Movimiento Socialista de los Trabajadores, se quejó de que un hincha que se pinte la cara o un murguero que use careta “serían pasibles de este criterio absurdo”. Desde el movimiento Barrios de Pie, Carlos Ghioldi expresó que la prohibición también alcanzará a trabajadores que protesten, careta mediante, contra despidos en call centers o grandes supermercados.
Para Hugo Yasky, secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos, con la idea de prohibir a los encapuchados, “Macri se pone a la vanguardia de la mano dura hacia los movimientos sociales”. En su opinión, muchos jóvenes deciden cubrirse por motivos más estéticos que políticos. La máscara “deviene en un símbolo relacionado con la necesidad de identificarse con determinados modelos de la lucha, como el subcomandante Marcos”. El dirigente reconoció que para cierto sentido común los manifestantes a cara tapada operan como “asustaviejas”. Menos directo, el proyecto plantea que la situación de los encapuchados genera “mucho miedo e incertidumbre a los vecinos, creando esa sensación de que ‘todo vale’ y de que una suerte de fuerza parapolicial puede sin control alguno tomar la vía pública”.
Desde el Frente Darío Santillán, Federico Orchani reconoció: “Hacemos caso de la reticencia de los sectores medios a las capuchas, también fogoneada por los grandes medios. Hay mucha gente influenciable”. Pero las cosas no siempre fueron así. En 2001 “esas mismas personas nos recibían con flores en la ciudad, al grito de: ‘Piquete y cacerola, la lucha es una sola’”. Orchani admitió que algunos integrantes del Frente se tapan en las marchas “cuando hay una situación de tensión con la policía”. La práctica era mucho más habitual antes de que en 2002 asesinaran a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. “Nos decían: ‘Te vamos a ir a buscar al barrio’, y de hecho venían”, recordó el militante. La última vez que recurrieron a los palos fue durante el acampe en la 9 de Julio: “La policía rompió el cerco, se llevó detenidos y hubo que defenderse. Pero no hay una posibilidad de enfrentamiento real cuando llegan los carros hidrantes”.
“En una época llevábamos palos, porque había infiltrados del Gobierno. Era una medida de autodefensa, pero por suerte nunca los usamos. Y siempre marchamos a cara descubierta”, se diferenció Ovidio Pepe, del Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados. La agrupación leyó el juego de la opinión pública: “Desde hace cinco años dejamos uno o dos carriles libres. La gente nos diferencia porque no somos agresivos ni molestamos a los automovilistas”. Cuando cortaban, se ganaban el odio de los transeúntes, contraproducente para “la lucha por el gobierno y el poder de los trabajadores”. Algo que por ahora no pasará, ni en las peores pesadillas de Mauricio Macri.
Fuente: Diario Crítica de la Argentina