El ex presidente le explicó que la derrota que sufrió en su gobierno por la ley Mucci, con el tiempo le hizo entender que en una democracia es bueno que el poder encuentre límites. La increíble confluencia de dos viejos adversarios como el radical y Menem.
Por algo Alfonsín es Alfonsín. Por algo es una referencia insoslayable en el radicalismo y uno de los ex presidentes más respetados de la Argentina. Por algo suceden las cosas.
Es que fue en la histórica sesión del Senado, tan cruzada de acontecimientos particulares, que se dio una confluencia poco visible pero significativa para que el kirchnerismo encontrara ese límite que hace tiempo estaba buscando, de manera inconsciente se entiende.
Raúl Alfonsín y Carlos Menem aportaron dos votos claves que permitieron a Julio Cobos consumara una de las obras políticas más notables desde la recuperación democrática, en lo que hace a la defensa de las instituciones.
En la misma madrugada del jueves se produjeron patéticos ofrecimientos del kirchnerismo a Menem para que se ausentara del recinto a la hora de votar y así el oficialismo alcanzara la diferencia necesaria para ganar.
En una confesión impensada del método en que utilizan a jueces y fiscales para lograr el disciplinamiento político, le habrían ofrecido a Menem “aligerarle” la carga judicial que soporta –pronto iría a juicio oral la causa armas-. La vía, como siempre, no sería otra que el látigo que aplica el diputado Carlos Kunkel desde su sillón del Consejo de la Magistratura.
Pero signo relevante de la decadencia kirchnerista, parece que estas garantías no sonaron convincentes al riojano, o acaso haya decidido a fin de cuentas, votar pensando en el país más que en su destino personal. Como festejó una risueña Lilita Carrió: “Si hasta Menem votó bien”. Lo cierto es que la operación fracasó. Y el kirchnerismo quedó empatado y a merced de Julio Cobos.
“Perdónenme las ausencias del recinto, pero tengo un problema de salud”, jugueteó un Menem pícaro, que destrozó los nervios kirchneristas con sus idas y vueltas del recinto, enigmático hasta el rechazo final.
Pero para llevar al kirchnerismo a esta humillación frente al demonizado arquitecto de los noventa, a este recurso extremo de impotencia política, fue necesaria la intervención previa de otro discreto ex presidente.
LA LECCIÓN DE ALFONSÍN
“Mire, piense bien como va a votar, yo le voy a contar una experiencia que tuve”, comenzó a desgranar el ex presidente ante un compungido Emilio Rached.
La llamada del líder radical fue –junto a la presión íntima de la madre del senador- la que le dio al santiagueño el temple necesario para votar contra el kirchnerismo.
Alfonsín, contra lo que publicaron durante años los medios, hace una lectura muy distinta a la que trasciende, sobre la derrota legislativa que sufrió cuando perdió por un voto la ley de democratización sindical –en esos años todavía se discutían temas estructurales-, conocida como ley Mucci, apellido del ministro de Trabajo que la impulsó.
Como le pasó al kirchnerismo en la madrugada del jueves, fue el Senado quien le marcó el límite que hasta entonces desconocía. Y en un notable paralelo, también fue por un voto que cayó derrotado el proyecto del Gobierno que había logrado superar airoso la Cámara de Diputados.
La lectura lineal de ese episodio fue que en ese momento comenzó la debacle del gobierno de Raúl Alfonsín, quien perdió así la necesaria autoridad del poder. Olvida esta visión como retomó la iniciativa el gobierno radical con el Plan Austral, y olvida también que la posterior debacle tuvo más que ver con la hiperinflación que con alguna autoridad lesionada allá lejos en el Senado.
Como sea, a la larga Alfonsín capitalizó la experiencia y elaboró una visión acaso más sabia de la derrota legislativa. “Mire Rached, cuando yo perdí en el Senado con la ley Mucci, primero me amargué, pero después me di cuenta que había sido algo bueno para la democracia”, comenzó a argumentar con la voz quebrada el ex presidente, que aún en estos tiempos en que su salud flaquea, juntó fuerzas para esa oportuna llamada.
“Si hubiéramos ganado la votación, se corría el riesgo de creernos dueños de un poder imbatible, de caer en actitudes autoritarias, es bueno para la democracia que a veces se le pongan límites al poder”, concluyó el caudillo radical y Rached encontró el último argumento para tomar una decisión.