A 30 años de la desaparición de Rodolfo Walsh, un estandarte no sólo del periodismo, sino de la lucha popular. Un hombre que hizo mucho más que escribir libros y sembrar conciencias, un hombre que marcó la historia con la pluma y con el cuerpo.
Por Mara Fernández Brozzi
Supo hacer y decir, supo ser consecuente con lo hecho sobre eso dicho. Supo dejar una huella imborrable, no sólo en los que abrazamos la palabra escrita como medio de expresión sublime, sino en todos aquellos que entienden que el valor empieza no por no tener miedo, sino por saber enfrentarlo.
Rodolfo J. Walsh nació en 1927, en la localidad de Choele-Choel, provincia de Río Negro. Fue escritor, periodista, traductor. Su obra recorre especialmente el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo.
Walsh supo resolver lo que muchos no pueden a lo largo de toda una vida, supo, quiso y pudo unir dos carriles muchas veces separados: esa tensión entre lo intelectual y el mundo político, la ficción y el compromiso revolucionario.
Sólo un hombre con gran capacidad de descubrimiento interior sabe despertarse de sí mismo, y hace de eso un camino consecuente. Así fue como Rodolfo Walsh, a partir de Operación Masacre, afila sus ojos en la manera de mirar la realidad, y comienza a ver otro mundo, él mismo sostuvo: “Operación Masacre cambió mi vida, haciéndola descubrí, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior", dijo refiriéndose al libro que inició el movimiento periodístico-literario de la novela testimonial.
Cuando se produjeron los fusilamientos de José León Suárez, Walsh estaba trabajando en la compilación de cuentos de la Editorial Hachette. Una tarde de 1956, jugando al ajedrez en un bar de la Plata escuchó la frase "hay un fusilado que vive". Nunca se le fue de la mente. A fines de ese año, comenzó a investigar el caso con la ayuda de la periodista Enriqueta Muñiz, y se encontró con un gigantesco crimen organizado y ocultado por el Estado. Walsh decidió recluirse en una alejada isla del Tigre con el seudónimo de Francisco Freyre. El 23 de diciembre Leonidas Barletta, director de Propósitos, denunció, a pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y la existencia de un sobreviviente, Juan Carlos Livraga.
El 25 de marzo de 1977, un pelotón especializado emboscó a Rodolfo Walsh, en calles de Buenos Aires, con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido, a su vez, de muerte. Su cuerpo nunca apareció. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar.
Carta que no fue sólo una inconmensurable muestra de coraje, él sabía que al instante de hacerse pública lo saldrían a buscar, hambrientos como siempre de muerte y de venganza, fue la muestra más contundente de la clase de profesional que era: información minuciosa y certera, claridad en los datos, precisión en los métodos de aniquilamiento que los asesinos de la dictadura estaban llevando a cabo.
Palabras escritas en un papel que, a treinta años de distancia, resuenan cerca y duelen como ayer, y enseñan, y animan a seguir en ese camino que, tal vez, sin proponérselo nos marcó para siempre, a todos los que abrazamos la palabra, a todos los que abrazamos su ejemplo.
Palabras que atravesaron las balas de las bestias, y los años de la impunidad, y los perdones que mancharon, y las obediencias debidas que metieron sal en las heridas, palabras que marcaron una conducta coherente y valiente y que hoy se estacionan en nosotros para volver a escribir la historia con juicio y con castigo, y aprender tan sólo un poco de ese ejemplo que quedó como bandera.
Al maestro, con cariño.