El 22 de agosto de 1951, Eva Duarte de Perón intentó renunciar a la candidatura a vicepresidente de la Nación, aún contra su voluntad.
Si bien para cualquier ser humano resulta un halago esta nominación, Ella advirtió que su aceptación, podía devenir en problemas políticos para su marido Presidente. En consecuencia, pretendió rechazar el ofrecimiento de la CGT desde el palco constituido en esa fecha sobre la Avenida 9 de Julio.
Pero no pudo. El pueblo, constituido por miles de personas a través de una particular Asamblea bautizada con el nombre de Cabildo Abierto del Justicialismo, impidió que esa joven mujer expresara aquellas palabras que no querían escuchar. Por ello, el día 31 de agosto siguiente, se comunicó con ese mismo pueblo a través de la radio, para expresar la decisión que no pudiera manifestar en vivo y en directo. Así, a través del éter, esa mujer de radio, renunció a los “honores pero no a la lucha”.
Cuando murió fue embalsamada. Muchos entienden, figurativamente, que no fue Perón quien decidió embalsamarla, sino el amor de su pueblo. Después, la “fuerza de la antipatria” brotó al compás de los fuegos fatuos del año 1955 y su cuerpo fue robado, violado y deshonrado, igual que se lo hiciera con la Patria toda.
Un 3 de septiembre volvió a aparecer, estaba enterrada en la ciudad de Milán, bajo el nombre de María Maggi de Magistris.
A Perón le devolvieron el cadáver mutilado y golpeado, muchos años después, los primeros días de septiembre de 1971. Paradójicamente, aquellos salvajes no sabían, no entendían que esa mujer muerta para ellos, en realidad continuaba con vida en la sensibilidad de su pueblo.
Algunos siguen diciendo que fue su marido, otros la enfermedad que la postraba día a día, lo cierto fue que Evita no aceptó el halago del cargo y con esa decisión, quizá sin proponérselo, dio otro ejemplo de desprendimiento a la comunidad contemporánea y futura.
LA BANDERA DE TU NOMBRE
No te fuiste. Estás. No te vencieron.
Nadie pudo jamás doblegar tus convicciones. Nadie podrá ensombrecerte, ni mancharte.
Porque no se pueden suprimir las sensaciones por decreto.
No se pueden ignorar las lágrimas furtivas de un recuerdo o los padecimientos injustos que reciben niños y ancianos.
No se pueden abolir las súbitas alegrías que nos regala una sorpresa, el Sol del mes de julio calentando la helada vespertina del invierno, las faldas recogidas de las mujeres laboriosas, los brazos lastimados de los obreros de hierro.
Quisieron irte, pero no pudieron. Quisieron negarte estando inerte, porque no entendieron, porque no quisieron entender.
Y vos no te fuiste.
Muerta y todo, fallecida, decidiste por ellos y te quedaste.
Ahora y en la hora del descanso eterno, seguiste vibrando, andando entre la gente.
Postergando tu propia vida por la vida de los otros, te obligaron a postergar tu propia muerte, escondiéndola.
Hoy tu consigna de vida y de triunfo vuelve a emerger del corazón de los humildes, de estos que no te conocieron latiendo reivindicaciones, y emancipando utopías verdaderas.
Tu consigna vuelve, se recupera digna y transparente, se yergue victoriosa, empuñando sólo la Bandera de tu Nombre.
Por Alberto Carbone, Historiador de la UBA