Vivió en la calle, sabe lo que es el hambre y recibió latigazos de su abuelo. Apenas terminó la primaria, consiguió ser electo tres veces jefe comunal de Roque Pérez. Ahora, el gobernador bonaerense lo eligió como interlocutor entre el ejecutivo y los intendentes del interior de la provincia en el programa 6×6.
En el juego de la vida, le tocaron malas cartas. Pero las supo jugar con astucia y sensibilidad para desmentir el destino que cualquiera le habría augurado.
Juan Gasparini, alias Chinchu (él diría que es al revés porque si le dicen Juan ya no se da por aludido) es peronista «hasta la médula» y logró ser electo tres veces intendente de Roque Pérez, una localidad que puede definirse como conservadora a pesar de que en su biografía casi no hay desgracia que le haya sido ajena.
Ahora acaba de ser nombrado asesor en el Ministerio de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, en un equipo que tendrá a su cargo el análisis, evaluación y seguimiento de las políticas que integran el Programa de Reconstrucción y Transformación Provincial 6×6 para los municipios del interior.
Axel Kicillof siempre le tuvo mucha confianza, respeto y cariño. Esos sustantivos se traducen ahora en una designación que pone a Chinchu frente al desafío de ser el nexo entre los jefes comunales y mandatario bonaerense. Nadie que lo hubiese visto durmiendo en la calle y comiendo salteado a los 12 años lo habría imaginado.
La historia detrás del apodo
Gasparini resume su historia en el tuit que tiene fijado en su cuenta: “Un carnicero me puso Chinchulín cuando era muy chico, porque era flaco y me regalaba los chinchu porque no tenía para comer. En vez de renegar del apodo, lo llevé conmigo y así me conocen en todos lados”.
Chinchu vivió en la calle, sabe lo que es el hambre, padeció los latigazos de su abuelo, apenas terminó primer grado, “hombreó” bolsas, “cuereó” nutrias y vendió turrones en el cementerio. También levantó quiniela. Más de una vez, fue preso por pelearse con la policía. La misma policía que se le tuvo que cuadrar cuando ganó por primera vez la Intendencia.
Siempre fue peronista, entrador y conocedor de la calle. Cuando empezó a miilitar en política y le preguntaban por qué firmaba de un modo tan simple (firmaba con una suerte de círculo), él respondía, «porque cuando sea intendente voy a tener que firmar muchos cheques». Lo logró con la primaria apenas terminada. Y terminó de aprender a leer leyendo revistas.
Un «negro» de abajo
“Soy un negro de abajo sin estudios que pudo hacer cosas para los que sufrieron lo que yo sufrí. Muchos me critican porque les doy laburo a los que nadie emplearía, pero sería un mal parido si no lo hiciera”, suele decir.
Es un hombre práctico en el mejor de los sentidos. En el hospital de Roque Pérez, por ejemplo, encaró reformas que incluyeron el cambio de las sillas del acompañante porque eran incómodas para pasar muchas horas. Las cambió por unos sillones hondos y modernos para que quien tiene que pasar allí días y días al lado de un ser querido no sufra más de lo que está sufriendo.
Lo hizo porque durante varios años tuvo que velar por la salud de una de sus hijas cuando era chiquita, en La Plata, y no se olvida de cómo le quedaba el cuerpo después de casi encarnarse en el metal frío.
Las anécdotas de sus gestiones se amontonan y podría escribirse un libro sobre este intendente de cercanía, que más de una vez tuvo problemas familiares por haberle pagado de su bolsillo la luz a un vecino mientras le cortaban la energía en su propia casa. Parece de cuento, pero es verdad. De hecho, los vecinos siguen yendo a su casa a cualquier hora a plantearle sus problemas haciendo caso omiso del perro que adoptó para «asustarlos». Nadie se asusta porque saben que está y que los va a atender.
Chinchu se crió en un familia pobre. Y la pobreza le mostró adversidades que dice haber transformado en cosas positivas. «Vivíamos en una casa de chapa, vieja, sin piso. Mi colchón era dos o tres bolsas de arpillera cosidas y mi cobija lo mismo. Había chinches, pulgas, lo que te imagines. Mi abuelo, en el último tiempo, nos fajaba a la abuela y a mí. Cuando tenía once años, una tardecita, hubo una fiesta en el Comité Conservador. Yo iba a esas fiestas -a pesar de que ya me sentía peronista- por la comida: nunca me olvido de las empanadas dulces que había. Si podía, me traía algo porque siempre fui un buscavidas. Cuando volví, mi abuelo se enojó porque no le había traído vino y me dio latigazos de lo lindo. Se me acabó la paciencia y fue mi último día en esa casa. Tenía doce años», cuenta.
Ese fue su final en esa casa. Se fue a vivir con siete perros a la calle. «Me hice un ranchito con unas cañas y tomaba agua contaminada. Comía salteado. Sé lo que es el hambre, el hambre de verdad. Iba a ver a la vieja cuando no estaba el viejo, al que cuidé cuando estuvo mal. Así estuve tres meses», recuerda.
«Nunca quise pasar desapercibido»
En ese momento, su cabeza hizo un «click» y se dio cuenta de que tenía que conseguir trabajo. Se fue a vivir con Omar, «un vecino muy recto al que siempre le voy a estar agradecido», y se puso a hacer lo que saliera. «Trabajé en un horno a ladrillos, hombreé bolsas, vendía turrones en el cementerio, cazaba nutrias para vender el cuero y para comer. Aprendí de gente más grande que yo».
No puede elegir un sólo momento como el más duro de su vida. Dice que hubo varios. “Cuando manejaba un camión, me agarró el tren y tuve un accidente grande que me llevó a separarme de mi mujer porque no quedé bien de la cabeza. Cuando se murió muy joven la mamá dos nenas mías fue otro momento duro. Pero siempre me repuse porque me quiero mucho a mí mismo, nunca quise pasar desapercibido y sabía que alguna vez iba a ser intendente”.}
Télam.