
Las exigencias insostenibles de la industria del wellness persiguen a las mujeres. ¿Cómo deconstruimos nuestra relación con el bienestar?
¿Por qué tengo que estar bien? La industria del wellness, las exigencias y la ansiedad.
Por Lara De Rosa
En los últimos años hubo un auge de las redes sociales. Cada vez hay más aplicaciones para descargar y más maneras de subir contenido. Pasamos horas mirando nuestras pantallas casi sin pensar mientras algoritmos rastrean cada like y nos sugieren productos para comprar.
Cuando la pandemia nos obligó a quedarnos en casa, muchas personas encontramos un refugio en lo virtual, una manera de reconectar con los demás aunque sea en un comentario o un mensaje. Pero hay una dicotomía con las redes sociales porque el lado colectivo está en constante choque con el tóxico y comparativo. Personalmente, pasé de sentirme acompañada a sentir culpa por mi desmotivación mientras tantas personas -mujeres, sobre todo- publicitaban salir a correr todos los días y desayunar jugo de apio en nombre del bienestar.
Mis amigas más cercanas me hacían acordar “¡Estamos en una pandemia!”, recalcando que tenía sentido sentir angustia, ansiedad o desmotivación en un contexto tan particular como el que nos toca vivir.
La escritora Tamara Tenenbaum en su libro El fin del amor dice:
“El relato de la salud y el bienestar como caminos hacia una mejoría infinita viene a paliar la ansiedad que nos produce la ausencia de un orden moral compartido entre todos, la incertidumbre y el vacío que nos dejó la caída de los grandes relatos.”
Si bien lo escribió en el 2019, sus palabras siguen vigentes y se resignificaron con el cambio abrupto de nuestra cotidianidad como la conocíamos. Desde esta perspectiva, es entendible que sea más fácil forzarte a mantener tu productividad que a lidiar con que el futuro cercano, incierto e incontrolable.

Lo profundamente machista de la industria del autocuidado es que se nos exige a las mujeres muchísimo más que a los varones. Incluso si está disfrazado con un discurso feminista: ser una mujer independiente hoy implica trabajar, vivir sola, tener una rutina de skincare, hacer ejercicio, comer saludable, hacer terapia, decorar tu casa, salir con amigas, tener algún tipo de relación y la lista sigue. Por lo menos en las redes sociales, no hay que “scrollear» mucho para encontrarse con alguno de estos imperativos. Pareciera que la única manera de cuidarse es levantarse a las cinco de la mañana con una lista interminable de deberes.
El marketing de toda la cuestión llegó tan lejos que no podemos dar una vuelta a la manzana sin encontrarnos con publicidades de cremas, perfumes, ropa y depilación. Las exigencias desmedidas que nos inculcó el patriarcado son funcionales para el capitalismo y vienen siéndolo hace muchos años.
Es imposible cumplir con todo porque el sistema está meticulosamente diseñado para que así lo sea. Susana Giménez tiene 77 y no puede envejecer, Pampita estaba embarazada y no podía engordar y probablemente cada mujer tenga su propia carga insostenible.
Como miembros de esta sociedad, es interesante replantearnos estas cuestiones y deconstruir los mandatos. Las redes sociales generalizan lo subjetivo y si no usamos nuestro ojo crítico cuando miramos instagram corremos el riesgo de dejar que nos afecte. De a poco, nos estamos dando cuenta que mucho de lo que se decía biológico es en realidad cultural y mucho de lo cultural es en realidad relativo: no hay una única forma de cuidarse y está bien no estar bien.