«Los países que avanzan tienen desafíos nuevos que derivan de haber resuelto los anteriores. Nosotros sufrimos siempre los mismos problemas y la misma incomprensión de sus causas», escribe el diputado.
En 2005 el escritor David Foster Wallace fue invitado a dar el discurso para los recién graduados del Kenyon College de Ohio, en Estados Unidos. Y eligió comenzarlo así: «Hay dos peces jóvenes nadando y sucede que se cruzan con un pez más viejo que viene en sentido contrario. Este los saluda con la cabeza y dice: ‘Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?’. Los dos peces nadan un poco más y, entonces, uno de ellos se vuelve hacia el otro y dice: ‘¿Qué cuernos es el agua?’».
Más allá de la extraordinaria disertación de Wallace titulada «Esto es agua» (que te recomiendo que leas completa), la historia de los peces sirve para presentar el contenido y la filosofía de mi nuevo libro. Hay algo no solamente omnipresente, sino vital, para esos dos peces que, sin embargo, desconocen. Pero hay más: el pez viejo es consciente de ese algo y al preguntarles hace evidente la cuestión para los jóvenes, que de todas formas continúan nadando en la ignorancia.
De igual manera, los argentinos solemos acostumbrarnos tanto a algunas cosas que hasta dejamos de notarlas. Nuestro país parece estar en una degradación continua desde hace décadas, un declive que se ha transformado en parte del paisaje natural y que no alcanzamos a dimensionar, a menos que nos alejemos y tomemos perspectiva. Si preguntásemos 28 a nuestros mayores nos darían evidencia contundente de esa declinación y hasta podríamos observar con otros ojos. Así, no solo entenderíamos mejor dónde estamos inmersos, sino que hasta tendríamos más probabilidades de revertir lo que nos pasa.
En materia de economía la Argentina va en una pendiente descendente que, como si fuera poco, tiene severos sobresaltos. Empecé la facultad en 1989. Desde entonces viví: dos hiperinflaciones en 1989 y 1990; el efecto Tequila en 1995; la recesión que comenzó en 1999, continuó en 2000 y se transformó en depresión en 2001; la posterior crisis y el default en 2002; el impacto de la crisis financiera internacional en 2009; sendas devaluaciones con recesión en 2012, 2014, 2016 y 2018.
Hagamos la cuenta: son once años de crisis de distinta magnitud en veintinueve años, lo cual equivale al 38% del total. Y podemos ir más lejos aún en el tiempo: una persona que se acaba de jubilar con 65 años y trabajó desde los 20 años (1974-2018) padeció a lo largo de su vida diecinueve recesiones, es decir, una por cada año y medio de crecimiento que pudo «disfrutar».
Desde 1950 hasta la fecha, la Argentina es la segunda nación con más recesiones acumuladas. Es superada solo por el Congo, y seguida de Irak, Siria, Zambia, Zimbabwe, Bulgaria, Venezuela, Níger y Sudán. Ese es el top ten. Si uno suma todas las recesiones que tuvieron lugar desde 1973, la caída acumulada de nuestro producto bruto interno (PBI) es de 48%. En «La Argentina de las desmesuras», Juan Llach da una buena imagen de esta tragedia: si la magnitud de nuestras crisis hubiese sido menor, similar a las que atravesó Uruguay, nuestro PBI por habitante actual 29 sería similar al de España. Eso es lo que hemos perdido en el camino, con todas sus implicancias.
Estamos extraviados en un laberinto. Por eso, cuando a los economistas argentinos nos entrevistan en los medios, nos suelen preguntar por lo mismo. La inflación, la deuda, el incumplimiento de pagos, el déficit fiscal, las dificultades para exportar o competir, las devaluaciones, el magro crecimiento, el desempleo alto, la informalidad laboral, las dificultades para exportar, una pobreza intolerable o una desigualdad creciente. Y, por supuesto, la crisis. O, si no la hay, la posibilidad de que haya una.
Lamentablemente, ninguno de estos problemas es nuevo. Preguntales a tus padres si no atravesaron inconvenientes similares. O, si sos joven, incluso a tus abuelos. Esa es la marca registrada del estancamiento: los países que avanzan tienen desafíos nuevos, podríamos decir hasta mejores, que derivan de haber resuelto los anteriores. Nosotros sufrimos siempre los mismos problemas y la misma incomprensión de sus causas.
Volviendo a la metáfora ictícola podríamos decir que somos como el carpín, ese típico pez de color entre naranja y dorado que hay en casi todas las peceras. Se dice que esta especie tiene una memoria que dura tan solo unos pocos segundos. Y que esta limitación transforma al carpín en el habitante ideal para un pequeño acuario doméstico, ya que su restringida capacidad para recordar hace que ese mundo contenido y siempre repetido sea para él tan inexplorado y tan novedoso como el propio océano.
El año que terminó incluyó un nuevo tour por lugares harto conocidos. Tuvimos una recesión del 2,6%, una inflación de casi 50%, y el dólar aumentó más de 100%. Eso significa por un lado que la economía se achicó y, como la población crece, el ingreso por habitante se redujo aún más. Al compararnos con el año anterior estamos claramente peor. Y caímos al menos tres peldaños adicionales en el ranking de ingreso por habitante, pasando del puesto número 64 al 67.
Mientras otros avanzan, la Argentina es un país empantanado que se va rezagando. Y cuyos esfuerzos por salir, al estar mal orientados, solo logran enterrarlo más. Pero la historia está repleta de naciones que han enfrentado con éxito circunstancias mucho más graves que las nuestras. La propia Argentina, en su pasado, fue capaz de superar desafíos mayores.
¿Qué pensarías si te dijera que esta triste tendencia, incluyendo todos y cada uno de los problemas económicos enumerados más arriba y que repetimos hasta el cansancio, tiene un origen común? ¿Y que además esa causa es bien concreta, por lo que podemos resolver lo que nos aqueja desde hace tanto tiempo? Probablemente te imaginarías que hay algo de trampa en lo que te cuento, que voy a proponerte una receta mágica, aunque inviable. O que voy a hablarte de generalidades, de definir un proyecto país o de acordar grandes políticas de
Estado. Pero no. Creo que a medida que leas te vas a sorprender. Que vas a compartir el diagnóstico de estas páginas. Que algunas descripciones de lo que ha pasado en la Argentina te causarán una profunda pena, pero ver que la solución es verdaderamente posible te brindará esperanzas… y energía.
Una de las principales razones de nuestro fracaso es evidente. Tanto que no llegamos a percibirla y la pasamos por alto, como los dos jóvenes peces de Wallace. Es algo que puede ocurrirnos más seguido de lo que imaginás. Es tiempo de mirar lo que nos pasa con otra atención y poder exclamar: «¡Ah, esto es agua!» o, más concretamente, «Ah, esto es lo que nos pasa». Y hacer que no nos pase nunca más.