
¿Estamos tan seguros de que quienes aceptan el maltrato y se la bancan lo harán para siempre?
Por Patricia Kolesnicov, para Diario Clarín
Ops, los tiempos están cambiando, como decía el Premio Nobel Bob Dylan. Me dirán que no es para tanto, que me fije: un hombre con poder -el presidente de la DAIA- avanza sobre una mujer cuando tiene oportunidad.
Un corto publicitario -de TyC- se toma a la chacota a los homosexuales. Y la AFA convida un instructivo sobre “qué hacer para tener una oportunidad con alguna chica rusa”. Las cosas son como siempre, me dirán: ahí están las pruebas.
Sin embargo, el presidente de la DAIA tuvo que dejar su cargo por la denuncia, solo y sin respaldo público. El corto fue retirado, tras un intenso debate sobre la homofobia. Y la AFA habló de un “error involuntario” y hasta dijo que se trataba de “material impreso erróneamente”.
Los tiempos están cambiando: lo que hasta hace poco hubiera sido una conducta más o menos tolerada en un hombre a solas con una mujer, lo que hubiera llevado a poner en duda el relato de ella, se resuelve en su contra velozmente.
Lo que antes hubiera sido una broma celebrado sobre los gays, vuela. Lo que hubiera sido una canchereada de argentino ganador, es rechazado. Queda viejo y bobo como chiste de suegra.
Porque algo es diferente, va siendo diferente, en el sentido común de la época. Lo que se percibía como bueno y “natural” es puesto en duda (la idea misma de que somos naturaleza está bajo escrutinio). Lo que se entendía por enfermedad o vergüenza está respaldado por el Estado. Lo que definíamos como un hombre quizás no nos queda tan cómodo: hay otras maneras de ser hombre y ahí están los chicos que se ponen la pollera en solidaridad con sus compañeras.
Esa, en mi opinión, es la noticia. No que haya abusos o cortos o instructivos de levante: que haya consenso en su rechazo. Ese trago ya lo probó Gustavo Cordera cuando soltó que “hay mujeres que necesitan ser violadas”. Y eso mostró el comercial “Pensemos”, que se presentó para la última edición del Lápiz del Platino. El protagonista del aviso es un creativo de agencia de publicidad al que las cosas no le funcionan. ¿Qué les ha propuesto a sus clientes? Cosas como un aviso en el que se dice que “de cada diez argentinos uno es gay” y todo se pone raro porque “nadie quiere ser el trolo” Hace algún tiempo, el artista Juan Carlos Capurro -parte del colectivo que hizo la película La ballena va llena, largamente exhibida en Malba- invitó a un grupo de personas a recrear el Angelus, esa pintura que Jean Millet realizó a mediado del siglo XIX. Son dos campesinos -una mujer y un varón- al final de la jornada. Tienen las cabezas bajas, algo pasa. A sus pies, si se mira bien, hay una cesta: se sabe que el artista inicialmente había pintado allí un niño muerto, pero en fin que hoy el niño no está y lo que hay es eso: una pareja compungida, doblegada.
Lo que quería Capurro era que los participantes se pusieran en esa situación, la actuaran, la pervirtieran, la interpretaran.
Otro artista, Pedro Roth, fotografiaba las intervenciones y su hijo las filmaba. Hubo distintas propuestas, casi siempre de a dos. Pero la cosa dio una vuelta cuando apareció un hombre de cabello blanco solo. Se paró en el medio de la escena, acalló su mirada, bajó los ojos. Pasaron unos segundos y se escuchó su voz, firme: “Ya es hora de levantar la cabeza”, dijo, y lo hizo. Lo aplaudieron.
Es hora, es hora y las cabezas se vienen levantando.
Falta, pero allá vamos. Como querías, hombre de pelo blanco.