
La divulgación de los índices de inflación de marzo, que alcanzaron una suba de 2,3 por ciento y que acumulan un alza de 6,7 por ciento en el trimestre demuestra que, contra lo que dijo el presidente Mauricio Macri en la apertura de sesiones ordinarias de este año, lo peor en materia económica todavía no pasó.
Y no solo, como dice la mayoría de los consultores económicos, por lo alta que resultó la inflación núcleo, que llegó a un 2,3 por ciento, o por los sucesivos aumentos de tarifas, que están siendo trasladados a los precios casi de inmediato.
La gran preocupación es que la decisión de hacer bajar la inflación de manera gradualista está fracasando, y nada indica que esto pueda ser modificado en el corto plazo.
El hecho de que los mayores aumentos se hayan registrado en rubros tales como los alimentos y las bebidas sin alcohol (2,3 por ciento), la indumentaria (4,4 por ciento), el equipamiento y mantenimiento del hogar (4 por ciento) y la educación (13,8 por ciento)indica que se sigue repitiendo, en la mayoría de los sectores productivos, la misma conducta que explica el origen estructural de la inflación.
Estos sectores trasladan las alzas de manera casi automática. Sea porque las tarifas de los servicios impactan altamente en sus costos, sea porque no tienen competencia con el exterior, o sea porque forman parte de su dinámica inercial que consiste en cubrirse para seguir manteniendo sus márgenes de rentabilidad.
El dato positivo, en el medio de este nuevo baldazo de agua fría, es que las negociaciones paritarias se están desarrollando en un marco de racionalidad, y en un promedio general que apenas sobrepasa el 15 por ciento.
Es verdad que muchos sindicatos se cubrieron firmando una instancia de revisión o uncláusula gatillo, pero ningún economista serio podría decir que la presión por incrementar los salarios es una de las causas del incremento de la inflación.
El otro gran motivo del alza del costo de vida es la inercia por la devaluación del peso frente al dólar entre diciembre del año pasado y febrero de este año, que superó el 16 por ciento.
En la Argentina, donde la carrera por sobrevivir y mantener la rentabilidad es interminable, cualquier movimiento de las variables económicas termina resultando inflacionario.
El mejor equipo de ministros y secretarios de la Argentina, como lo definió el Presidente, deberá esmerarse por detener esa carrera. Porque ahora mismo está impactando en la proyección del crecimiento del PBI.
Ya casi ningún consultor apuesta a que este año se llegue al 3 por ciento, como se creía a fines de 2017 y principios de 2018.