La selección argentina se prepara para el amistoso contra Italia este viernes a las 16:45, en plena preparación para el mundial de Rusia.
Donde no hay ruido habita Lionel Messi. Discreto, prudente, a veces casi ausente. Pero sus gestos y silencios condicionan, claro. Aprobó a Cristian Pavón y el delantero de Boca está con un pie en el Mundial de Rusia. Mauro Icardi nunca lo convenció y el N° 9 de Internazionale verá la Copa por TV. La convivencia de los próximos días será clave para descifrar si las chances de Lautaro Martínez crecen o se estancan. Messi no pide ni proscribe, pero muchas veces habla sin decir. Es el alma de la selección argentina. Jorge Sampaoli siempre lo supo y lo aceptó. Buscar consensos no era un precio tan alto si se trataba de dirigir «al mejor de la historia». Entonces, ¿manda Messi? No, pero el director técnico entiende que debe dialogar. Nunca hubo problemas, tan cierto como que siempre han coincidido.
Desde la primera vez que se sentó a charlar con Messi, Sampaoli descubrió que al crack nada lo moviliza más que el bien común. Está obsesionado con ser campeón del mundo, entonces cada observación o propuesta no nace de un capricho, sino de movimientos que considera útiles para alcanzar la mejor versión del equipo albiceleste. Y su mejor versión, también. Sampaoli aprendió que Messi no ejecuta exclusivamente por inspiración. Sabe. Entiende el juego. Como en Brasil 2014, cuando aceptó que su fulgor de la primera rueda debía apagarse para alumbrar la utilitaria -más confiable y descolorida- versión sabelliana de la selección que alcanzaría la final en el estadio Maracaná.
Aunque lleve el cartelito de tacticista, a Sampaoli no lo desviven los pizarrones. Cree más en las sociedades, en los impulsos emocionales. En una energía contagiosa. Por eso en los últimos meses asimiló que debía recalcular, una vez más. Porque si algo ha guiado a su breve ciclo de ocho partidos entre eliminatorias y amistosos son los giros. Flexibilizó varias sentencias y revisó posiciones y preferencias. Éver Banega era el guardián del estilo, Javier Mascherano solo podía jugar de defensor, Sergio Agüero no aparecía en la primera convocatoria, Gonzalo Higuaín corría desde muy atrás e Icardi era el renacido. Y la línea de 3 un fetiche, una declaración de intenciones para soltar más piezas en ataque.